
Vivir desde la fe la muerte del papa Francisco y el Cónclave que viene
Sursum Corda
José Juan Sánchez Jácome
Presbítero
Esperamos tanto tiempo la fiesta de la pascua y la emoción por su cercanía nos llevó incluso a apropiarnos las mismas palabras de Jesucristo cuando dijo antes de la última cena: “Cuánto he deseado comer esta pascua con ustedes antes de padecer” (Lc 22, 15).
Ansiada, esperada y preparada con gran ilusión, la pascua trajo grandes emociones y un reavivamiento de nuestra fe. Así se encontraban las comunidades cristianas: jubilosas por la resurrección de nuestro Señor Jesucristo, cuando se anunció la muerte del papa Francisco. Pasamos del júbilo a la tristeza, de la emoción al pesar, del gozo a la conmoción. Por sus limitaciones y problemas de salud vimos cómo vivió en carne propia la lucha espiritual durante la cuaresma y la pasión de nuestro Señor Jesucristo.
No hay un momento ideal para morir, porque en todos los casos se trata de un encuentro personal y definitivo que cada uno tendrá con la misericordia del Señor. Pero este último llamado que recibió el santo padre en los albores del tiempo de la pascua, después de su última aparición pública en el mensaje Urbi et Orbi, de alguna forma esclarece todo el sufrimiento que se puede experimentar ante la muerte de un ser querido, de un padre, de un hombre de Dios que tuvo la bendita misión de pastorear al rebaño de Cristo desde el año 2013.
La pascua no tiene un aspecto triunfalista, sino que ofrece una luz que atraviesa firmemente la oscuridad y nos regala una presencia que nos inunda con la gracia de Dios, incluso en medio de las adversidades. La pascua de suyo es un contraste donde la vida se impone a la muerte, la luz a la oscuridad, el amor al odio, la congregación a la dispersión, la valentía al miedo, el júbilo a la tristeza, la afirmación a la negación, el testimonio al silencio, la bendición a la condenación.
Este carácter esencial de la pascua, que explica la naturaleza de la fe cristiana, lo exponía elocuentemente el escritor británico J. R. R. Tolkien: “En realidad, soy cristiano, y de hecho católico romano, así que no espero que la historia sea otra cosa que una larga derrota, aunque contiene (y en una leyenda puede contener de forma más clara y conmovedora) algunas muestras o atisbos de la victoria final”.
Dentro de los sentimientos tan profundos que ha generado este acontecimiento esperamos que el tiempo de la pascua, en el que fue llamado a la presencia de Dios el papa Francisco, sea una muestra, un atisbo de la gloria eterna a la que Dios llama a todos sus hijos. Este acontecimiento ha sido parte de nuestra pascua y se ha venido a integrar a todas las lecciones que estamos aprendiendo del Señor resucitado que muestra ese aspecto siempre inesperado de nuestra fe.
En los textos pascuales que meditamos estos días, vemos que, al encontrarse con Cristo resucitado, los discípulos reaccionan impactados ante lo inesperado. Nunca se imaginaron que se presentara así y que les hablara de esa forma. La fe cristiana es fascinante porque siempre nos ofrece lo inesperado.
Por lo tanto, hay que vivir el acontecimiento de la muerte del papa Francisco desde el misterio de la pascua, para que no seamos arrollados y sacados de contexto por todas las especulaciones y tratamientos mediáticos que tienden a privar de su carácter espiritual un acontecimiento como éste.
No necesitamos cambiar de perspectiva ni debemos sucumbir a los enfoques ideológicos que politizan un acontecimiento que de suyo es espiritual. En vez de estar revisando los pronósticos en el celular o en la TV del armario, debemos ir al sagrario para vivir desde la fe este acontecimiento que mueve muchos sentimientos.
Por lo tanto, partiendo de este contexto pascual quisiera señalar algunas recomendaciones para la comunidad cristiana que vive desde la fe este acontecimiento. No lo vivimos como analistas, ni editorialistas, ni de manera politizada; tampoco de manera sensacionalista y profana, sino como hijos de la Iglesia que lloran la partida de un ser querido y hacen oración por la decisión que la Iglesia tomará en los próximos días acerca del nombramiento del nuevo Vicario de Jesucristo.
En primer lugar, tenemos que agradecer la vida y ministerio petrino de Francisco. No podemos prestarnos a especulaciones cuando apenas se han llevado a cabo sus funerales y cuando se siente todavía el dolor que la vida de un padre en la fe deja en el corazón de la Iglesia.
Hay que dar gracias por los momentos que nos hizo sentir a Jesús y por la esperanza que llevó a tantas personas. Dar gracias por los momentos que anunció con toda su pureza el evangelio y presentó los tesoros de la fe que guarda celosamente la tradición de la Iglesia.
De sus innumerables documentos e intervenciones magisteriales que incluyen Encíclicas (4), Constituciones apostólicas (39), Exhortaciones apostólicas (7), Cartas apostólicas (99), Motu proprio (75), Discursos (2393) y Homilías (545), quisiera, sobre todo, destacar su primer y último documento que expresan, por un lado, la impronta particular de un papa al inicio de su pontificado, y, por otro lado, su misión de custodiar y difundir el depósito de la fe.
La Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium (La alegría del evangelio) fue su primer documento, publicado el 24 de noviembre de 2013. El 29 de junio de 2013 se había publicado la Carta Encíclica Lumen fidei (La luz de la fe). Fue escrita principalmente por Benedicto XVI y el papa Francisco la completó y publicó, por lo que no se considera propiamente como su primer documento.
Su último documento fue la Carta Encíclica Dilexit nos (Sobre el amor humano y divino del Corazón de Cristo), publicado el 24 de octubre de 2024. Conviene también mencionar la Bula Misericordiae Vultus con la que proclamaba un año jubilar extraordinario centrado en la misericordia divina, en el año 2016. El Año dedicado a San José, en 2021, en pleno tiempo de pandemia, con la Carta Apostólica Patris Corde. Y la Bula Spes non confundit, para convocar al Jubileo ordinario de este año 2025.
En segundo lugar, como hacemos con todos nuestros seres queridos, hay que pedir al Señor perdone sus pecados y que la misericordia que tanto pregonó llegue a experimentarla en su viaje a la pascua eterna.
Estamos delante de un momento que exige hacer oración ante el tránsito a la vida eterna de uno de nuestros seres queridos. Es un momento para la oración, no para la especulación, para rezar, no para juzgar, para interceder desde la comunión de los santos por el eterno descanso del santo padre.
Los santos tenían bien presente la necesidad de una oración como esta y, aunque su bondad y su caridad eran evidentes, fueron los primeros en ser conscientes de su propia fragilidad e insistían que se hiciera oración por la salvación de su alma, cuando llegara el momento de pasar de este mundo al Padre.
En tercer lugar, una vez que se han llevado a cabo los funerales del santo padre, cuyos restos mortales descansan ahora en la Basílica de Santa María la Mayor -donde tantas veces acudió a encomendarse a la Santísima Virgen María, especialmente en sus viajes apostólicos (47)-, tenemos que acompañar a la Iglesia en los novendiales que comenzaron el 27 de abril.
En cuarto lugar, así como vivimos en la fe todo este proceso de funerales y novendiales en sufragio por el alma del santo padre, que de la misma forma respaldemos a la Iglesia con nuestras oraciones, toda vez que el Cónclave para elegir al Sumo Pontífice iniciará al término de los novendiales.
En este tiempo de interregno los mismos cardenales han venido iluminando el caminar de la Iglesia, destacando el dolor de los fieles y su gratitud al papa Francisco. Asimismo, se han referido al Cónclave para vivir desde la fe este proceso. El cardenal Gerhard Müller decía: “Todo papa debe servir a la misión de San Pedro: es servus servorum Dei. El futuro papa no es un sucesor de su predecesor, sino un sucesor de Pedro”.
San Bernardo, en el siglo XII, dirigió estas palabras al papa Eugenio III: “Has de considerar atentamente lo que esta época espera de ti”. El cardenal Timothy Dolan de alguna forma retoma esta exhortación de San Bernardo, al expresar lo que le gustaría ver en el próximo papa: “El corazón cálido de Francisco… ¿cómo lo diría? Más claridad en la enseñanza, más refinamiento de la tradición de la Iglesia, más profundización en los tesoros del pasado”.
CD/YC
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