Oct 03, 2024 / 04:30

Verdades y mentiras del cinturón de castidad

España.- La Real Academia Española define el cinturón de castidad como un objeto similar a un cinturón fabricado con metal o cuero que, dotado de una cerradura y una tira curva, cubría los genitales femeninos, impidiendo que las mujeres pudiesen mantener relaciones sexuales ilícitas. Esta definición se corresponde, en general, con la imagen que todos tenemos en mente y, sin embargo, presenta un problema: es falsa.

Nada sostiene históricamente el uso efectivo de los cinturones de castidad, pero,a pesar de la carencia de documentación, el mito sigue muy vivo. Te presentamos, a continuación, lo que las fuentes históricas revelan sobre las verdades y mentiras del cinturón de castidad.

El origen del mito
En el imaginario popular, suele asociarse el uso del cinturón de castidad con la Edad Media y, de manera más específica, con el contexto de la caballería y la aristocracia. La primera evidencia gráfica del cinturón de castidad que se conoce procede del Bellifortis (1405), un tratado militar escrito por Konrad Kyeser von Eichstätt en 1405. Una de sus páginas contiene la ilustración de uno de estos curiosos artilugios.

Los estudiosos, sin embargo, han desmentido que el cinturón antisexo fuese de uso generalizado durante el medievo y coinciden en afirmar que esta alusión guarda un sentido más burlesco o metafórico que real. Konrad Kyeser probablemente se inspiró en ciertas obras satíricas de su época, en las que se hacía burla de los maridos celosos y de sus obsesiones por controlar la sexualidad de sus esposas muchos estudios. La idea popular de que los caballeros medievales lo utilizaban para garantizar la fidelidad de sus esposas durante las Cruzadas es, por tanto, un mito.

La realidad histórica del cinturón de castidad
El cinturón de castidad tuvo una cierta presencia en el arte y la literatura a lo largo de los siglos XVI y XVII. Se asociaba al deseo masculino de controlar la fidelidad y la sexualidad de las mujeres. No obstante, su uso efectivo como instrumento para controlar sexualmente a las esposas no está probado.

Como ha demostrado el historiador Albrecht Classen en su trabajo The Medieval Chastity Belt: A Myth-making Process (2007), durante el siglo XIX se confeccionaron numerosos cinturones para responder a la gran demanda de objetos curiosos por parte de algunos museos, especialmente aquellos dedicados a los suplicios y las torturas del pasado. Por tanto, la gran mayoría de cinturones de castidad, si no todos, que pueden verse expuestos hoy en día bajo la etiqueta de “objeto de tortura medieval” son producto de ese boom del siglo XIX.

Y, aun así, no todo lo que concierne a este curioso artilugio es producto del oportunismo.

La era victoriana y el control de la masturbación
A lo largo del siglo XIX, el cinturón de castidad se revistió de un nuevo significado. Ya en 1923, el antropólogo Eric John Dingwall estudió la reaparición, esta vez en un contexto histórico mejor documentado como es la realidad médica decimonónica, del cinturón de castidad.

Dingwall sostiene que el uso del cinturón de castidad (o, al menos, la posbilidad de usarlo) se retomó en el XIX como una medida que tenía como objetivo prevenir la masturbación, tanto masculina como femenina. Su finalidad en época contemporánea, por tanto, se modifica: deja de asociarse con el control férreo de la libertad sexual de las mujeres para convertirse en un artilugio terapéutico para poner fin a los supuestos efectos perniciosos del onanismo.

En el ámbito científico, el cinturón de castidad se integraba en un repertorio más amplio de dispositivos y técnicas que buscaban prevenir la masturbación y los excesos sexuales, considerados peligrosos para la salud tanto mental como física. Según Arnold Davidson en The Emergence of Sexuality (2001), los médicos victorianos aconsejaban recurrir a ellos y combinarlos con otros artilugios para evitar que tanto adolescentes como adultos practicasen el autoerotismo. A lo largo del siglo XIX e incluso llegados al XX, se patentaron diseños exlusivos de estos mecanismos en países como Estados Unidos y Reino Unido.

Un ejemplo lo constituye el modelo creado por Jonas Edward Heyser, pensado, en este caso, no para inhibir la masturbación, sino como mecanismo para prevenir la violencia sexual. El diseño de Heyser, de hecho, está pensado para ser llevado por hombres y responde, por tanto, a un diseño anatómico masculino. Por otro lado, investigaciones históricas apuntan a que algunas mujeres de la clase trabajadora habrían recurrido a cinturones de castidad para protegerse de posibles agresiones en sus entornos sociales y laborales.

En definitiva, no existen casos históricos debidamente documentados que prueben el uso real de cinturones de castidad durante la Edad Media y la Edad Moderna. La inmensa mayoría de los cinturones de castidad presentes en museos y exposiciones son falsificaciones elaboradas a lo largo del siglo XIX. La atribución de su empleo a personajes históricos como Catalina de Médici y Ana de Austria debe tomarse únicamente como una estrategia de propaganda para meterse en el bolsillo al público.

La única prueba más o menos relevantes de la existencia de mecanismos para controlar tanto la masturbación como las agresiones sexuales a través de cinturones de castidad procede, por tanto, de los siglos XIX y XX.

Con información de: Muy Interesante

CD/NR

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