Werner Segarra retrata la libertad de los vaqueros

Sonora.- Desde hace décadas, Werner Segarra documenta la existencia a contracorriente de los vaqueros de la Sierra Alta de Sonora. Es una belleza para la fotografía, algo increíble. Pero vivir eso es otra cosa, no es nada cómodo. A muchos de los vaqueros les encanta estar libres en el campo. Hay una preciosidad. Creo que ellos lo entienden, pero a la vez hay sufrimiento, comenta en entrevista telefónica sobre esta forma de habitar casi desconocida en México, como sacada de las películas del viejo Oeste.
En imágenes en blanco y negro con alto contraste, se aprecian panorámicas con montañas y cañadas donde los caballos parecen espíritus en las extensiones naturales y deshabitadas, mientras las instantáneas a color muestran la intimidad de los hogares.

El Museo Nacional de Antropología inaugura hoy la exposición Vaqueros de la Cruz del Diablo, con paisajes y retratos de comunidades del norte de Sonora que Segarra ha fotografiado por más de 30 años.
A través de la lente se revela una narrativa que va más allá del cliché, mostrando la complejidad, la dignidad y la humanidad del vaquero contemporáneo. Así se describe la muestra integrada por una selección de 20 imágenes impresas en gran formato.
La actividad ganadera comenzó en el norte de Sonora en el siglo XVI, de donde se extendió a otras partes de México. Los rebaños son arreados a través de montañas, riberas y valles, tal como se acostumbra desde hace cientos de años. Alguna vez, al mostrar su portafolio en la Ciudad de México, alguien exclamó: no sabía que existían en nuestro país.

No quiero que mis hijos hagan esto
Segarra cuenta que “todavía hay mucho ganado y es un negocio grande, pero es bien fuerte para la gente en Sonora. No ha llovido en año y medio, muchos de los ranchos chiquitos están sufriendo. Siempre hay papás que dicen: ‘no quiero que mis hijos hagan esto. Quiero que vayan a la universidad y trabajen allá’, porque no es para cualquiera”, relata en español con marcado acento boricua.
Werner Segarra nació y pasó su infancia en Puerto Rico. Desde niño fantaseaba con los vaqueros o cowboys del lejano Oeste, como los de la fiebre del oro en los siglos XVIII y XIX. Cuando su madre de origen alemán se casó con un estadunidense primero se mudaron a Arabia Saudita y después fue enviado a estudiar a la preparatoria en Sedona, Arizona, porque quería montar a caballo. Consistente con su sueño, por un intercambio escolar llegó a los 14 años a una lejana comunidad vaquera en Sonora. Esto fue en 1982, no había carreteras pavimentadas ni nada.
Ahí encontró a una familia ganadera que lo acogió, a su mejor amigo y a una comunidad con una rica cultura, tradiciones, rituales religiosos y cohesión. Incluso le regalaron un pedazo de tierra para construir su casa, que todavía tengo. Cuando volvió el siguiente verano lo fueron a recoger al aeropuerto en una pipa y después de ocho horas de camino desde Hermosillo llegó a la zona inhóspita del norte mexicano para ser parte de una forma de vida a punto de desaparecer.
Al consultar a Segarra sobre la dificultad para fotografiar a un grupo de personas poco accesible, responde que le han preguntado lo mismo muchas veces. Como me crié con ellos, me visto y me parezco a ellos, me tiro a caballo donde sea, tengo una relación muy cercana con ellos, a veces aunque los acabe de conocer. Ahora que hay tecnología, la gente ya sabe de mí.
Algo que hace con frecuencia desde 2011 es darles las fotografías. Pero me mete en problemas con las abuelas, porque cada vez que fotografío a un abuelo o a una de ellas, me dicen todos los hijos que quieren una foto, y casi siempre son nueve o 10 hijos.
Hace algunos años dejó de retratar a los vaqueros en solitario para captar registros generacionales. Agrega que para entrar también es necesario el respeto hacia ellos y a su cultura, que me encanta. Son amigos, todo es un relajo realmente.
En 2018 salió a la luz el libro Vaqueros de la Cruz del Diablo, que da nombre a la exposición. Publicado por editorial Trillas y editado por Deborah Holtz, en sus páginas se muestra al vaquero mexicano por quien los conoce y es parte de este entorno alejado de las ciudades, donde parece que el tiempo encapsulado convive de con una modernidad discreta. Este güero extranjero encontró una familia más en poblados como Huásabas. La sierra no había sido fotografiada simplemente porque es inaccesible, se lee en la contraportada del volumen.
Segarra se dedica profesionalmente a la fotografía comercial en Puerto Rico y Estados Unidos, con muchos clientes del mercado latino para hacer catálogos. Un día su mamá encontró algunas de las viejas fotos de su otra vida en Sonora, adonde llevaba su cámara desde la adolescencia. Al observar estas imágenes con nostalgia, sintió la necesidad de satisfacer un lado más duradero y artístico para retratar su terruño vaquero. Quiso rendir homenaje a colegas y maestros que admira: Sebastião Salgado, de quien se enamoró de su estilo cuando compró su libro Workers; Ansel Adams y Patrick Demarchelier.
Paisajes en blanco y negro; intimidad a color
Utiliza cámara de medio formato y sin notarlo fotografiaba los paisajes en blanco y negro, mientras captaba a color la intimidad de las casas. Tiene ciertas reglas autoimpuestas, como no utilizar filtros ni luz artificial; tampoco usa Photoshop para agregar elementos. “Ahora mismo tengo cientos de fotos de primera que puedo poner en los museos. Cada vez voy más lejos y más lejos, muchas veces no se puede entrar en carro o pick up. He ido a ranchos donde hay que ir a caballo por 11 horas para poder llegar”.
También hay otros ranchos que están al lado de la carretera. Estoy buscando las casas más antiguas, de techos de carrizos, hechas todavía de adobe. Pero poco a poco eso está desapareciendo, se está modernizando. Cada vez se me hace más difícil hacer retratos. Me dediqué como siete años a eso antes de que se me desaparezcan.

A punto de tomar un avión hacia la Ciudad de México desde Arizona para acudir a la exposición, recuerda que su padre los trajo junto con sus hermanos y su mamá al Museo de Antropología en 1975. A pesar de la distancia en el tiempo, conserva vívidamente esa visita y la impresión que le causó la monumental Piedra del Sol o Calendario Azteca (como muchos conocen este monolito esculpido por los mexicas). Medio siglo después este sitio recibe su exposición, la cual se ha exhibido en Monterrey y otros museos de Estados Unidos. También, poco después del cierre de la exposición del Amazonas de Salgado y su lamentable muerte.
Vaqueros de la Cruz del Diablo se inaugura hoy a las 19 horas en la galería del primer piso del Museo Nacional de Antropología (Paseo de la Reforma, primera sección del Bosque de Chapultepec, Ciudad de México). Permanecerá abierta hasta el 17 de agosto.
Con información de: La Jornada
CD/AT
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