Verónica Ortiz Lawrenz halla en la palabra una vía para reconstruirse

Ciudad de México.- Rodeada de dos majestuosos libreros repletos de cuentos, novelas y poesía, Verónica Ortiz Lawrenz (Ciudad de México, 1950) parece estar en otro espacio.
Ya no es la mujer inquieta y llena de energía que caminaba las calles, participaba en programas de televisión y encabezaba diálogos abiertos sobre sexualidad y política. Ahora habita un universo más íntimo, donde el verde de los árboles que observa desde su ventana se convierte en refugio y símbolo de vida.
Hace casi cuatro años, una caída absurda transformó su existencia. Al tropezar en una escalera, cayó de cabeza contra un muro de cemento. La lesión fue grave: su atlas, la primera vértebra cervical justo debajo del cráneo, quedó fracturado en seis fragmentos. El impacto estuvo a punto de costarle la vida y la confinó a una forma distinta de vivir.
Pese a las secuelas, la escritora, conductora y promotora cultural regresó a la escena literaria con el poemario No hay plegarias para los descabezados (Fondo de Cultura Económica), en el que ofrece un testimonio desgarrador de esa experiencia.
No hay sobrevivientes del desnucamiento, no hay plegarias para ellos. Este libro tardó tres años en gestarse. Estoy viva para contarlo, y eso es casi un milagro, compartió en entrevista con La Jornada.
Dos citas, una de Lao-Tsé y otra de D. H. Lawrence introducen su obra, compuesta por 30 textos nacidos de ese proceso. La autora admitió que escribir fue, ante todo, una catarsis que trazó el itinerario de mi duelo personal, la pérdida de fe y la constante búsqueda de sentido.
En sus versos, la religión juega un papel importante. A pesar de haber dejado atrás la fe católica, el reclamo a Dios permanece: Dios, estos tornillos no son míos, son tuyos. ¿Por qué me los pones a mí?
Esa pregunta, que podría ser un grito en la oscuridad, se vuelve pensamiento persistente: dialoga con el dolor físico, la angustia espiritual y la necesidad de entender por qué sobrevivió. ¿Qué debo hacer aquí? ¿Para qué estoy?, se pregunta.
No sólo el cuerpo sufrió; perdió parte del cabello, su oído izquierdo funciona con dificultad y la memoria le juega malas pasadas. Mi mente se nublaba de repente, añadió, es parte del golpe en la cabeza.
Más allá del daño físico, la fractura trajo consigo una soledad profunda, reflejada en largas horas de introspección que le permitieron hallar en la palabra una vía para reconstruirse.
Leer y escribir sana; quiero estar cerca de Eros y lejos de Thanatos, afirmó la autora con convicción.
Quien fuera pionera en abrir espacios para la educación sexual en la televisión mexicana, en tiempos en que hablar de sexo era un tabú, ahora explora esa misma dimensión desde una corporalidad marcada por la fragilidad.
Esta publicación es también un reclamo ante la indiferencia que enfrentó cuando las visitas se volvieron escasas, las palabras amables quedaron a la distancia y nadie se acercó para leerle en voz alta o simplemente para acompañarla.
Nos hemos vuelto tan poco receptivos al dolor y a la vida de los otros. Esta desconexión humana, común en nuestros días, se siente aún más profunda en mi experiencia, lamenta Verónica Ortiz, quien nunca había pensado en escribir un volumen de poesía.
Las largas reflexiones y párrafos compartidos en Facebook con sus seguidores dieron paso, gracias a la guía de poetas amigos como Arturo Córdova Just, a versos que dieron voz a la nueva Verónica, a quien tuvo que aprender a ser.
A sus 75 años, con una trayectoria de cuatro décadas en radio y televisión y ocho libros publicados, se muestra orgullosa de su historia, su voz y su capacidad de reinventarse. Para ella, la poesía es la herramienta para nombrar lo innombrable, para contar lo que no tiene precedente, para compartir una verdad íntima.
Sobre lo que espera que el lector experimente al acercarse a su obra, reflexionó:
“No hay que temer al dolor ajeno. Quiero que quien lea esta colección de poemas lo haga sin prejuicios, sin miedo a lo que pueda encontrar; al contrario, espero que se conecte con ese dolor, pero también con la resiliencia que he hallado en él.
La poesía tiene el poder de abrazar lo más oscuro, y eso es lo que quiero compartir: la fragilidad humana, el sufrimiento, pero también la belleza que puede nacer de todo ello. Al final, es un ejemplar que habla de la vida, de las preguntas que nos hacemos, de las respuestas que nunca llegan, pero también de la esperanza, de la luz que nos salva.
No hay plegarias para los descabezados se presentará el jueves a las 19 horas en la librería Rosario Castellanos del Fondo de Cultura Económica (Tamaulipas 202, colonia Hipódromo Condesa). La autora estará acompañada de sus colegas Julia Santibáñez y Eduardo Casar.
Con información de: La Jornada
CD/AT
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