
Tristes porque te vas, Señor. Ilusionados por lo que prometes
Sursum Corda
José Juan Sánchez Jácome
No se le escapó ningún detalle a Nuestro Señor Jesucristo que en un momento de intimidad con sus apóstoles también habló de su regreso al Padre. Al acercarse el momento de la pasión, y antes de consumar su obra de salvación, comienza a hablar de su propia partida a fin de ir preparando el corazón de sus apóstoles.
No se trata de una simple despedida, o de un acto de previsión para asegurar su herencia espiritual, sino que, incluso con palabras misteriosas, les va llevando a comprender que en su ausencia estará implícito el misterio de su presencia.
Todos los momentos que Jesús pasa con sus apóstoles están cargados de enseñanzas de vida que se irán esclareciendo con el paso del tiempo. No hay vivencias y enseñanzas de Jesús que agoten todo su significado delante de las personas que las escucharon, sino que trascienden esos acontecimientos para llegar vivas hasta nosotros. Ha sido tanto lo que el Señor nos ha dicho, que no terminamos de asimilar y de sorprendernos de la belleza y trascendencia de su evangelio.
En ese preciso momento sus palabras de despedida generaban un profundo sentimiento de pérdida, como sucede en cualquier experiencia de separación. Pero más adelante tendrán el sabor de su presencia que conforta, al recordar todo lo que les había dicho y al darse cuenta de la forma como el Señor los había preparado para enfrentar las cosas que iban a suceder.
El Señor Jesús no está hablando únicamente de emociones o sentimientos pasajeros, sino de las presiones que ellos enfrentarán y de las desilusiones que se pueden presentar. Los sitúa delante de un escenario que de entrada es paradójico, pues mientras ellos llorarán ante su partida, el mundo se alegrará.
En efecto, Jesús los lleva a ser conscientes de lo que va a pasar y de lo que tienen que enfrentar para que en el momento de las tribulaciones sepan superar el escándalo, la tristeza y la desilusión que un contraste como este puede generar: ellos llorarán, pero el mundo se alegrará.
También, como a los apóstoles, nos toca enfrentar en nuestros ambientes no únicamente el rechazo y la indiferencia a las cosas de Dios; no constatamos solamente los errores y las faltas de las personas, sino que duele en el alma darnos cuenta cómo se celebra la muerte, cómo se exalta la maldad, cómo se aplaude la mentira, cómo se encumbra el cinismo, cómo se prefiere la ignominia.
No es únicamente que alguien se equivoque y se den casos de injusticias, sino que se aplaude y se elige el mal, se prefiere la iniquidad y la perversión en este mundo, como cuando se tuvo más simpatía por Barrabás que por Jesús.
Por lo tanto, las palabras de Jesús no se entienden solo como una despedida de tipo emotiva, sino como un mensaje apremiante que intenta fortalecer a los apóstoles para que superen el escándalo, cuando les toque enfrentar y nos toque constatar: cómo se aplaude la maldad y se elimina al inocente; cómo se elige la injusticia y se condena al justo; cómo se prefiere al malvado y se persigue al humilde; cómo se rinde honor al tirano y se desprecia al inocente; cómo se pisotea la verdad y se entroniza la mentira.
Así que no celebramos emocionalmente la despedida de Jesús, en el misterio de la Ascensión, sino que acogemos un mensaje fundamental acerca de la realidad que enfrentamos, la cual se puede tornar dolorosa y escalofriante.
Sin embargo, este mensaje profético de Jesús, que no oculta la dramaticidad de los hechos que vienen, desarrolla en nosotros una sensibilidad y una capacidad para sentir la presencia de Jesús que nos confirma e impulsa en esta misión, a pesar de su complejidad.
Perder a Jesús, al Maestro, con quien habían convivido los últimos tres años de su vida, debió ser un golpe durísimo para los discípulos, a pesar incluso de que ya los había preparado para este desenlace. El Señor tenía presente el sufrimiento que experimentarían al dejar de verlo. Como reflexiona San Agustín:
“A los apóstoles les daba miedo el pensamiento de perder la presencia visible de Jesús. Su afecto humano se entristecía al pensar que sus ojos no experimentarían más el consuelo de verlo”.
Pero el Señor les fue mostrando cómo llegaría ese momento culminante, el de su pasión y muerte en la cruz, para que no se escandalizaran. Aunque ese escenario metiera mucha oscuridad y sufrimiento a su vida, debían saber que la muerte no tendría la última palabra porque Jesús ha vencido al mundo.
Era necesario que, a través de los discípulos, también nosotros supiéramos que, aunque la muerte es un drama que duele y es difícil de entender, esa tristeza se convertirá en gozo al constatar que existe la vida eterna, que no acaba todo en este mundo. Los sufrimientos de esta vida no son sufrimientos de agonía, que conducen a la muerte; son sufrimientos de parto, de alumbramiento, que conducen a la vida. Es una visión nueva de las cosas, pues para Jesús todo sufrimiento es fecundo.
El libro de los Hechos de los apóstoles nos ha ofrecido páginas gloriosas donde vemos cómo la alegría de Cristo reina en el corazón de los hermanos. Pero esta alegría no solo reina en los momentos de oración y de encuentro, sino también en los momentos de persecución. Así, aunque los acusen, los amenacen, los persigan y los encarcelen, pudieron comprobar cómo se cumplen las palabras del Señor cuando les dijo: “nadie les podrá arrebatar la alegría” (Jn 16, 22).
San Agustín lo explica de esta manera: “Estén alegres en el Señor, no en el mundo. Es decir, alégrense en la verdad, no en la iniquidad; alégrense con la esperanza de la eternidad, no con las flores de la vanidad. Alégrense de tal forma que, sea cual sea la situación en la que se encuentren, tengan presente que el Señor está cerca; nada les preocupe”.
Por lo tanto, la ascensión no es para ver cómo “Jesús se va al cielo”, sino para ver cómo nos quedamos nosotros aquí para sembrar esperanza en este mundo, para hacer que el reino crezca en él, para aceptar, llenos de fortaleza y de ilusión, el desafío que nos hace el Señor de colaborar con él en la tarea de transformar este mundo.
Mientras tanto, muchos hombres y mujeres siguen sufriendo y llorando, siguen viendo su vida sin salida. A todas estas situaciones tenemos que dar respuesta con nuestra fe, con nuestra esperanza en Cristo Jesús que nos ha pasado la estafeta, que nos ha hecho la encomienda de ir por todo el mundo y proclamar su reino de amor, de paz y de justicia que enjugará las lágrimas de todos los que lloran.
El sentimiento y el dolor de los apóstoles ante la partida del Señor nos puede hacer pensar quizá en el deseo de los discípulos de irse con el Señor, como muchas veces nos pasa en la muerte de un ser querido cuando no nos imaginamos cómo será nuestra vida y quisiéramos irnos con ellos.
Más allá de la pureza y santidad de este sentimiento, este tipo de experiencias también se pueden entender por la tendencia a querer huir cuando hay problemas. Pero Jesús expresamente les pide que no se muevan, que permanezcan en ese mismo lugar, aunque evoque mucho dolor e implique incluso riesgos, peligros y amenazas.
Hay que fijarnos en esta indicación del Señor a sus apóstoles: “Ahora yo les voy a enviar al que mi Padre les prometió. Permanezcan, pues, en la ciudad, hasta que reciban la fuerza de lo alto”. Por medio de esta indicación Jesús nos está pidiendo que no huyamos de nuestra realidad, que no nos fuguemos de los problemas, para que la salvación empiece ahí precisamente donde hubo tribulación, como el caso de Jerusalén donde hubo tragedia y dolor.
Así pues, lo que celebramos hoy no es una huida, una escapada de las cruces de este mundo que Jesús ya ha probado. Jesús no abandona el mundo que tanto ama. Pero ahora su presencia, su permanencia en este mundo será a través del Espíritu, el don que el Padre ha prometido, el Espíritu Santo que hará que los discípulos sean transformados.
La insistencia de Jesús, por tanto, a que los apóstoles no se muevan de la ciudad no es una ironía, sino que es la reafirmación de su obra. Será en Jerusalén donde ellos recibirán el Espíritu Santo; donde hubo destrucción llegará la salvación.
CD/YC
* Las opiniones y puntos de vista expresadas son responsabilidad exclusiva del autor y no necesariamente reflejan la línea editorial de Cambio Digital.
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