Mar 24, 2025 / 08:17

Treinta años de la Carta Magna del pueblo de la vida: Evangelium vitae

Sursum Corda

José Juan Sánchez Jácome

Presbítero

Hay documentos eclesiales que han tenido la capacidad no solo de exponer con claridad y valentía la doctrina de la Iglesia sobre temas neurálgicos para la fe -e incluso para la vida de la sociedad-, sino que también han tenido la visión y la unción proféticas para pronunciarse de manera apremiante, a pesar de las presiones culturales, las imposiciones ideológicas y las políticas oficiales implementadas.

Uno de estos documentos fue la Humanae vitae, de Pablo VI, Sobre la regulación de la natalidad, publicado el 25 de julio de 1968. Delante de la hegemonía y propagación de la revolución sexual en los años sesenta, así como de las presiones oficiales para impulsar el uso de los métodos artificiales dentro de lo que se comenzó a denominar el control de la natalidad, basado en las predicciones demográficas, el papa Pablo VI tuvo el carácter y la altura de miras para oponerse al uso de los anticonceptivos, partiendo de una visión integral del ser humano, como lo establece en el número 7 de este documento:
“El problema de la natalidad, como cualquier otro referente a la vida humana, hay que considerarlo, por encima de las perspectivas parciales de orden biológico o psicológico, demográfico o sociológico, a la luz de una visión integral del hombre y de su vocación, no sólo natural y terrena sino también sobrenatural y eterna”.

Frente a los reduccionismos y visiones parciales, que con el paso del tiempo se han venido agudizando en posturas relativistas, Pablo VI establece como punto de partida, de esta cuestión fundamental, precisamente una visión integral del hombre.

Junto a la Humanae Vitae, hay otro documento que no sólo ha marcado toda una época, sino que ha abierto un camino pastoral en la Iglesia y que se ha venido consolidando delante de las agresiones sistemáticas contra la vida humana. Me refiero a Evangelium vitae (Evangelio de la vida) de Juan Pablo II, Sobre el valor y el carácter inviolable de la vida humana.


Se trata de documentos que marcaron toda una época y proyectaron el depósito de la fe delante de situaciones que empezaron a desafiar peligrosamente el designio de Dios. Eso ha venido sucediendo particularmente con el Evangelio de la vida, que el 25 de marzo estará cumpliendo 30 años de su publicación. Por su trascendencia y actualidad se ha convertido en la Carta Magna del pueblo de la vida.


No es sólo un documento, sino un pronunciamiento solemne del magisterio de la Iglesia que impulsó de manera estructural la cultura de la vida y que, como Humanae vitae, alcanzó a vislumbrar proféticamente el desenlace que han tenido en las últimas décadas una serie de situaciones que atentan contra la vida y la dignidad humana, y que se oponen al plan de Dios sobre la sexualidad, el matrimonio y la familia.


No solo resulta alarmante el hecho de que, como reflexiona el papa Juan Pablo II, están aumentando las agresiones sistemáticas contra la vida humana a través del aborto y la eutanasia, sino que se está acentuando cada vez más una mentalidad que favorece estos atentados al despreciar, instrumentalizar y eliminar la vida humana.


Se trata de un deterioro cultural y moral que lleva al eclipse del sentido de Dios y del hombre, lo cual provoca que se deje de percibir y proteger el carácter inviolable y sagrado de la vida humana. “El eclipse del sentido de Dios y del hombre conduce inevitablemente al materialismo práctico, en el que proliferan el individualismo, el utilitarismo y el hedonismo” (n. 23).


Como no se trata simplemente de casos aislados o de situaciones que se estén dando en lugares determinados, sino de agresiones sistemáticas contra la vida humana, el papa habla de una cultura de la muerte. El Evangelio de la vida se refiere sobre todo a los atentados relativos a la vida humana naciente y terminal. Sin embargo, reconoce la imposibilidad de enumerar todas las expresiones de la cultura de la muerte.


“¿Cómo no pensar también en la violencia contra la vida de millones de seres humanos, especialmente niños, forzados a la miseria, a la desnutrición, y al hambre, a causa de una inicua distribución de las riquezas entre los pueblos y las clases sociales? ¿o en la violencia derivada, incluso antes que de las guerras, de un comercio escandaloso de armas, que favorece la espiral de tantos conflictos armados que ensangrientan el mundo? ¿o en la siembra de muerte que se realiza con el temerario desajuste de los equilibrios ecológicos, con la criminal difusión de la droga, o con el fomento de modelos de práctica de la sexualidad que, además de ser moralmente inaceptables, son también portadores de graves riesgos para la vida? Es imposible enumerar completamente la vasta gama de amenazas contra la vida humana, ¡son tantas sus formas, manifiestas o encubiertas, en nuestro tiempo!” (n. 10).


Quizá el aspecto más preocupante de este tipo de atentados, especialmente los que se relacionan con la vida humana naciente y terminal, es que cuentan con el desarrollo tecnológico que se ha alcanzado en la medicina y con la mentalidad relativista que ve ha venido acentuando en el derecho, en el que los delitos contra la vida humana se consideran más bien como derechos y se procede a exigir su legitimación jurídica.


De esta forma, el derecho deja de fundamentarse en la inviolable dignidad de la persona y queda sometido a la voluntad del más fuerte, al consenso de las mayorías o a la imposición ideológica, donde la libertad individual legitima los crímenes contra la vida humana.


“¿Cómo es posible hablar todavía de dignidad de toda persona humana, cuando se permite matar a la más débil e inocente? ¿En nombre de qué justicia se realiza la más injusta de las discriminaciones entre las personas, declarando a algunas dignas de ser defendidas, mientras a otras se niega esta dignidad? Cuando se verifican estas condiciones, se han introducido ya los dinamismos que llevan a la disolución de una auténtica convivencia humana y a la disgregación de la misma realidad establecida. Reivindicar el derecho al aborto, al infanticidio, a la eutanasia, y reconocerlo legalmente, significa atribuir a la libertad humana un significado perverso e inicuo: el de un poder absoluto sobre los demás y contra los demás. Pero ésta es la muerte de la verdadera libertad…” (n. 20).


Al celebrar los 30 años del documento Evangelio de la vida quisiera destacar que muchos fieles se han formado y comprometido para construir la cultura de la vida, sobre todo al constatar que con el paso del tiempo es cada vez más agresiva y desafiante la cultura de la muerte que ha penetrado seriamente en las legislaciones e instituciones de muchos países, imponiendo el aborto, la eutanasia y una serie de políticas que afectan el matrimonio y la familia.


Esta lucha por la defensa y promoción de la vida, el matrimonio y la familia no comenzó con Juan Pablo II, pero recibió de él, a través de su magisterio -y especialmente del Evangelio de la vida- una motivación especial que nos mantiene comprometidos, a pesar del colosal aparato mediático, gubernamental y social que tenemos que enfrentar.


Ante los estragos y amenazas de la cultura de la muerte: “…Urge ante todo cultivar, en nosotros y en los demás, una mirada contemplativa. Esta nace de la fe en el Dios de la vida, que ha creado a cada hombre haciéndolo como un prodigio (…) Es la mirada de quien ve la vida en su profundidad, percibiendo sus dimensiones de gratuidad, belleza, invitación a la libertad y a la responsabilidad. Es la mirada de quien no pretende apoderarse de la realidad, sino que la acoge como un don, descubriendo en cada cosa el reflejo del Creador y en cada persona su imagen viviente (…) Esta mirada no se rinde desconfiada ante quien está enfermo, sufriendo, marginado o a las puertas de la muerte; sino que se deja interpelar por todas estas situaciones para buscar un sentido y, precisamente en estas circunstancias, encuentra en el rostro de cada persona una llamada a la mutua consideración, al diálogo y a la solidaridad” (n. 83).

CD/YC

* Las opiniones y puntos de vista expresadas son responsabilidad exclusiva del autor y no necesariamente reflejan la línea editorial de Cambio Digital.

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