Hay instantes que no se planean; simplemente ocurren. Momentos en los que la política, tan dura, tan estructurada, tan llena de formas, se quiebra un poco y deja ver algo más humano. Así se sintió la comparecencia de la gobernadora de Veracruz, ingeniera Rocío Nahle García, ante el Congreso del Estado. Como si por un par de horas el escenario oficial se volviera un lugar íntimo, casi confesional.

No fue por el recinto, que siempre impone. Tampoco por los discursos, que suelen repetirse con variaciones mínimas. Fue por esa manera en la que la mandataria estatal Rocío Nahle respiraba antes de cada respuesta. Esa pequeña pausa que no aparece en los boletines ni en los titulares, pero que dice mucho más que cualquier cifra. Era la respiración de alguien que carga con un Estado entero sobre la espalda y aun así intenta sostenerse con dignidad.

La gobernadora de Veracruz no sólo hablaba; se abría. No de forma explícita, sino en esos gestos que sólo se notan cuando uno mira con atención: El leve movimiento de manos cuando explica un tema que le apasiona, la seriedad contenida al abordar algo que dolió, la suavidad en la voz cuando menciona a la gente común. Parecía, por momentos, que olvidaba que estaba frente a legisladores y recordaba que estaba frente a su propia conciencia.

Las diputadas y diputados de todas las fracciones políticas preguntaban. Algunos con dureza, otros con la frialdad del que busca una grieta. Y mientras tanto, la ingeniera Rocío Nahle respondía con una calma que no era estratégica. Era profundamente personal. Como si detrás de cada palabra hubiera una historia previa, un porqué, una línea de tiempo que nadie más conocía.

Hubo un minuto, menos quizá, apenas un parpadeo, en el que el silencio del recinto se volvió casi suave. Fue cuando habló de corregir cuando es necesario. No lo dijo como un acto administrativo, sino como un acto humano. Porque corregir también duele, también confronta, también exige aceptación. Y en política, aceptar es un verbo que casi nadie se permite conjugar.

Ese instante íntimo, tan sutil que pudo pasar desapercibido, fue la verdadera columna vertebral de la comparecencia. Un momento breve en el que quien gobierna dejó ver que detrás de las decisiones hay una persona, no sólo un cargo.

Al final, cuando pronunció que Veracruz seguirá adelante, lo dijo sin grandilocuencia. Lo dijo como quien mira hacia adentro y luego hacia afuera, como quien sabe que la ruta no será perfecta pero aun así se compromete.

La sala volvió a llenarse de ruido, de pasos, de voces. Todo regresó a la normalidad. Pero algo se quedó vibrando en el aire. Esa sensación de haber visto a una gobernadora no sólo en ejercicio de su mandato, sino en ejercicio de su humanidad.

Y quizá, en tiempos donde la política está tan llena de máscaras, eso es lo que más sorprende. Cuando alguien, de pronto, se deja ver.

CD/GL