Nov 08, 2022 / 09:08

Reyes Heroles desayunaba en Tijuana y cenaba en Veracruz

Don Jesús Reyes Heroles no era un hombre de equipo, de grupo.  No tiene desperdicio el libro titulado “Orfandad el padre y el político” de Federico Reyes Heroles donde habla parte de la vida y obra de su padre el tuxpeño Jesús Reyes Heroles. Comenta que no llevaba amigos a los puestos, pero sí hacía amigos en los puestos. Cuando alguien cruzaba ese lindero, sutil pero muy claro, cuando alguien se convertía en amigo, de ellos esperaba algo diferente. Comprendía que el puesto le generaba un desfile de personas muy amables, por no decir lambisconas, estaban interesadas en el director de Pemex, el secretario de Gobernación o lo que fuera. Eso no le causaba ni asombro ni molestia. Contaba con frecuencia la anécdota de un secretario de Hacienda que le reclamó a un empresario que ya no desayunaban juntos cada mes, a lo que el empresario respondió, discúlpeme, yo sigo desayunando con el secretario de Hacienda cada mes.

Era muy rudo en el trato a sus colaboradores, pero exigía lo exigible. Menciona que en dos ocasiones le tocó ver escenas terribles. Cuando su madre se cansó de andar de gira todos los fines de semana en que el presidente del PRI tenía que ir a tomar la protesta de los candidatos a diputados locales de Aguascalientes a Zacatecas, cuando se cansó de desayunar en Tijuana, comer en Colima y cenar en Veracruz, cuando ya soñaba con la lentitud del Fairchild F-27, que podía tardarse cinco horas en llegar a Chihuahua, la responsabilidad de acompañar a mi padre recayó en los hijos. A mi padre le gustaba cortar con la “grilla” de todo el día, cenar tranquilo y platicar de otras cosas.

Yo estaba en la Facultad y la mitad de mis lecturas las hice a 17,000 pies. Por allí rondaba el F- 27.

Va la primera escena. Una noche en Ensenada decidió cenar con todos sus colaboradores.

Era la etapa de primero el plan y después el hombre. La instrucción de Reyes Heroles a todos había sido muy clara: nada de coqueteos con los viables, con los aspirantes o suspirantes. Pero uno de ellos desobedeció. Todos se enteraron. Al sentarnos en la mesa, al primer minuto, lo miró fijamente y le dijo —supongamos que se llamaba Adrián, no doy su nombre pues ya murió y no tendría cómo desmentir mi dicho—: Adrián, sabe usted lo que es la lealtad institucional. El resto de los comensales guardamos un silencio total. Yo, por razones obvias, nada tenía que ver.

El hombre empezó a balbucear una respuesta cuando Reyes Heroles lo interrumpió: entonces por qué anda usted coqueteando con fulano. No licenciado, trató el otro de corregir.

Adrián, ¿sabe usted lo que es decir la verdad o toda su vida se ha manejado con mentiras? Así lo tuvo contra la pared toda la noche, Reyes Heroles daba un sorbo al whisky, comía algún bocado mientras escuchaba al infeliz trastabillar una y otra vez frente a sus colegas. La situación era muy incómoda para todos, pero de eso se trataba. Al terminar el plato principal JRH se limpió la boca con la servilleta, encendió un cigarrillo y con ese dedo acusador que lo caracterizaba le dijo: es usted un traidor y yo no como con traidores. Por favor levántese y quiero su renuncia de inmediato. Al hombre le temblaban las manos, salió encorvado. No regresó en el avión y nunca más se volvieron a ver.

Terminó su cigarrillo entre algún comentario superfluo de alguien, los miró a todos a los

ojos y les dijo, queda claro de qué se trata, buenas noches. De verdad trató de hacer del PRI un partido de una ideología rígida. Sabía que los tiempos cambiaban.

CD/YC

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