
Que tu pasión por Cristo no dure una Semana Santa, sino toda una vida santa
Sursum Corda
José Juan Sánchez Jácome
Presbítero
Reconozco que me duele constatar en el mundo el desprecio hacia el Señor Jesús. No paso indiferente cuando hay una muestra de desprecio y falta de respeto hacia el Señor. Es algo que me duele, no me deja tranquilo y me hace sufrir. Así como uno experimenta el dolor ante el desprecio que le hacen a nuestros seres queridos, eso mismo experimento cuando se desprecia a Jesús y la Iglesia.
Además de los ataques directos hacia lo que él representa y los valores del evangelio, hay provocaciones maquilladas de arte y cultura que justificándose en la “libertad de pensamiento” banalizan y se burlan de los misterios de la fe y de lo más sagrado que representa el Señor Jesús. No puede haber libertad para pisotear, burlarse y ensuciar lo más sagrado de la vida.
En torno a las fiestas religiosas y a los días sagrados, como los que estamos viviendo, se dan regularmente este tipo de acometidas y provocaciones que lastiman aún más, toda vez que el pueblo cristiano está profundamente preparado, motivado y concientizado respecto de los misterios que vamos a celebrar y que se nos muestran con toda su belleza, su gloria y su bondad.
El Señor Jesús y su reino se van convirtiendo en parte esencial de nuestra vida y lo llegamos a sentir completamente nuestro, incluso más íntimo que nuestra propia intimidad, como lo llega a reconocer San Agustín: “Porque tú estabas dentro de mí, más interior que lo más íntimo mío y más elevado que lo más sumo mío, interior intimo meo et superior summo meo” (Confesiones, III, 6, 11).
De ahí que sea muy doloroso enfrentar el desprecio, la descalificación y la injuria hacia su persona. En la Semana Santa, al escuchar solemnemente el relato de la pasión del Señor, se mueven muchos sentimientos en nuestro corazón porque nos damos cuenta que se trata de una historia viva que sigue teniendo el poder de conmovernos en lo más profundo y de provocar una reflexión.
Este relato nos lleva a revisar nuestra postura hacia Dios y hacia la salvación que él nos sigue ofreciendo al precio de su sangre. Por eso, Blas Pascal señala que: “Jesús estará en agonía hasta el final del mundo; no hay que dormir durante este tiempo”. Frente a los ataques que recibe y al proceso de muerte que sigue enfrentando, hace falta estar a su lado perseverando hasta el final.
El P. Winter nos lleva a reflexionar cómo se sigue atacando frontalmente el plan divino de salvación, por medio de otros involucrados: “Los acusadores de entonces están muertos -escribió un hebreo como conclusión de un apasionado libro sobre el proceso de Jesús-. Los testigos se fueron a casa. El juez dejó el tribunal. Pero el proceso de Jesús sigue todavía”.
No me quiero poner en el plan que quizá un día me puse, señalando a los que descargaron todo su odio contra Jesús. ¿Por qué una persona buena fue objeto de los peores tratos que se le pueden dar a un ser humano? ¿Por qué el que nunca condenó a nadie fue condenado? ¿Por qué el que fue pura bondad fue tratado con maldad? No me quiero poner en ese plan de juzgarlos y de indignarme por lo que le hicieron a Jesús.
Intento, más bien, que sea una historia que regrese sobre nosotros, que golpee nuestro corazón, que cimbre las bases de nuestra vida porque ahora nosotros somos ese pueblo, esos hombres, mujeres, autoridades, soldados y discípulos que estamos involucrados en el desenlace de la vida de Jesucristo.
No basta indignarse de lo que otros hicieron a Jesús, sino tomar conciencia de lo que nosotros ahora le hacemos cada vez que nos dejamos gobernar por el odio, el egoísmo y la maldad, cuando nos vemos involucrados en faltas de respeto, en situaciones de indiferencia e injusticias, en acciones donde -como los apóstoles- podemos negar y traicionar los valores del evangelio de Jesucristo, nuestro Salvador.
Se trata de tomar conciencia del daño que seguimos provocando a Jesús. A Jesús le dolió todo lo que enfrentó, lo que le gritaba la gente, lo que le decían los soldados y lo que tramaban las autoridades.
Pero el dolor más grande fue la indiferencia, el abandono y la traición de los amigos, de los cercanos, de los más íntimos, como ahora lo podemos decir respecto de nosotros mismos que hemos convivido con él y aceptado su evangelio.
De ahí que cuando a mí me lastiman las faltas de respeto hacia Jesús, tomo conciencia de no caer en estas situaciones que más le dolieron al Señor, porque venían de sus amigos. Más que señalar y juzgar a los que actuaron así contra Jesús nos toca reconocer que ahora nosotros somos sus amigos, sus más cercanos, de su círculo más íntimo, para que no le demos la espalda ni lo abandonemos cuando hace falta luchar por su reino y mantenerse fieles en los momentos más difíciles de la batalla.
Por lo tanto, la Semana Santa es más que una tradición, más que una celebración vernácula. Tiene la capacidad de meternos en este drama para tomar conciencia de quiénes somos en realidad. Que no seamos como esas personas que un día aclamaron a Jesús y otro día lo detestaron; que un día se alegraron con la presencia de Jesús y otro día lo ignoraron; que un día le dijeron, “tú eres nuestro rey”, y otro día le gritaron “no tenemos más rey que el César”; que un día hasta le tendieron sus vestidos para que Jesús pasara y otro día le arrancaron sus vestiduras y se las rifaron.
Al llegar al monte Calvario vemos y no damos crédito cómo quedaron atrás la cálida acogida, la unción y los días de Betania. Quedaron atrás los ramos y aplausos del domingo, y aparecieron los clavos y latigazos. Se presenta la traición y la negación. Se asoma cada vez más el mal que atacará sin piedad a Jesús, un hombre bueno y justo.
Al ver cómo en la misma semana cambian dramáticamente los escenarios, Benedicto XVI nos invitaba a perseverar hasta el final: “Que el Domingo de Ramos sea para ustedes el día de la decisión, la decisión de acoger al Señor y de seguirlo hasta el final, la decisión de hacer de su Pascua de muerte y resurrección el sentido mismo de su vida de cristianos”.
Por lo tanto, la Semana Santa viene a vivificar y encender nuestros corazones, por lo que cuenta mucho nuestra fidelidad hasta la muerte. Qué bueno que haya mucho fervor y devoción estos días, pero lo importante es mantener la fe y confianza en Dios en nuestro diario caminar y, especialmente, cuando nos toque transitar nuestro propio viacrucis. Como dice Fray Nelson: “Que tu pasión por Cristo no dure una Semana Santa, sino toda una vida santa por él”.
Para mantenernos fieles a su camino, Jesús nos deja la eucaristía que actualiza estos misterios y nos ofrece el alimento que hará posible la perseverancia. Ciertamente desde el principio la eucaristía fue una cena dramática que estuvo marcada por muchas presiones y profundos sentimientos; un encuentro festivo que no desconoció la sombra del pecado; una necesidad de amar y ser amado, teniendo en cuenta la traición y todo lo que se maquinaba alrededor.
Muchas veces venimos a la eucaristía con el deseo de amar al Señor y con la necesidad de ser amados, asimismo lastimados por la maldad que hay en este mundo. Pero encontramos en la entrega de Jesús, en su inmenso amor por nosotros, el alimento que nos sostiene.
Después de la Semana Santa nos quedará su eucaristía. El Señor tiene muchos deseos de seguir celebrando la pascua con nosotros. A veces quisiéramos cambiar el mundo y nos parece que lo que somos y lo que hacemos es insuficiente.
Pero debemos tener en cuenta que no son los grandes relatos, sino las crónicas menores, como los momentos de gloria que vivimos con el Señor en la Semana Santa y en la santa misa los que pueden ir extendiendo el reino de Dios. Que Dios nos conceda una fe más viva y una fortaleza más audaz para que la vida cristiana no se convierta en una variante cultural del espíritu de la época.
CD/YC
* Las opiniones y puntos de vista expresadas son responsabilidad exclusiva del autor y no necesariamente reflejan la línea editorial de Cambio Digital.
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