Políticos deben saber retirarse a tiempo
Muchos se preguntan porque un político no es como el futbolista que se retira a tiempo y en buenas condiciones físicas. No es lo mismo retirarse a que lo retiren.
La política es absorbente que resta tiempo y energías. Uno de los costos más altos de estar en política es el personal, el tiempo que dejan de pasar con su gente. La familia no entiende porque el político le dedicada tanto tiempo y con tanta pasión a la política.
La política es como una droga. Si caes en ellas muy difícil que salgas. Es una adicción.
Todo aquel que ha vivido la política recuerda la adrenalina, la intensidad, cómo era capaz de trabajar 16 horas diarias y volverlo a hacer al día siguiente.
La tensión y la intensidad de la política es muy atractiva y engancha. Lo más difícil es aceptar la inversión de mucho tiempo, energía y relaciones personales en un proyecto en el que creyó todo era de verdad. De repente te abandonan a pesar de todo ese esfuerzo.
En política muchos participan en la medida que coinciden con los objetivos del partido.
Albert Hirschmann sostiene que en política existen tres opciones: puedes ser leal y estar callado, puedes quejarte y hacer públicas tus diferencias o puedes marcharte. Pienso que la opción intermedia de señalar y criticar es un estado de transición. Debería ser posible quedarse dentro y criticar para tratar de construir una vía o un relato alternativo.
En política debe existir un intercambio entre talento y lealtad. El equilibrio entre talento y lealtad es clave en la gobernanza de un partido.
Y las vejaciones que hay en la política a quien se le puede cobrar, quien paga esa factura, es la pregunta que se hacen muchos correligionarios.
Muchos se sienten usados por políticos en la medida que tienen esperanza de crecer económicamente o ser bien retribuidos, pero luego se dan cuenta que con el paso del tiempo ni lo uno ni lo otro.
Cuantas historias de vida no hay detrás de un político. Muchos tratan con la punta del zapato a sus colaboradores, otros son atentos con ellos y se preocupan por su familia, ven una relación de afecto y la ayuda es mutua.
La lealtad se compensa bien en política. Esa es regla de oro. No todos asumen esa máxima, por eso fue aquella frase que soltó en Tlacotalpan Fidel Herrera Beltrán cuando en las inundaciones de su final de sexenio se le acercaban a pedirle dinero y más dinero hasta que explotó y solo pudo decir: “No tienen llenadera”.
Las secretarias, los choferes, el asistente, todos ellos que saben los secretos de sus jefes sacrifican a sus familias por ver crecer la carrera política del jefe, pero una vez encumbrados se olvidan de todo.
Cuantos secretos no pueden contar por ejemplo los choferes de legisladores, alcaldes, secretarios. Basta recordar el libro “Lo negro del Negro Durazo”, que fue editado por el chofer del jefe policiaco del antes Distrito Federal.
A poco no se vendería un libro editado por los choferes de los últimos gobernadores de algunas entidades del país. Todo lo que saben de su vida familiar, de sus negocios, de tantas y tantas corruptelas, pero ellos si son leales, ellos si son de confianza, en cambio sus jefes se olvidan de ellos en menos que canta un gallo.
Muchos a lo mejor se han preguntado. ¿Qué espera la gente de un político?
Los ciudadanos esperan de los poderes públicos la gobernanza o gobernabilidad, es decir, que la democracia sea un régimen que les dé seguridad. Son dos cosas muy sencillas, pero a veces difíciles de cumplir. Orden público, paz social y desarrollo económico son las demandas de la gente.
Una de las principales razones por la que se está produciendo este deterioro de la confianza en la clase política y en la propia política como instrumento regulador, es la percepción ciudadana de un quiebre por parte de los responsables políticos del contrato de confianza mutua entre ellos y la ciudadanía; en suma, la quiebra de unas reglas éticas que, aunque no documentadas, forman parte de las convicciones de una buena parte de la ciudadanía sobre el deber ser de la actuación política.
Por otra parte, esta percepción tiene a menudo bastante fundamento empírico y una notable caja de resonancia en los tratamientos informativos sobre la corrupción y el escándalo político. Los efectos de esta quiebra superan los daños meramente simbólicos, deteriorando los rendimientos objetivos de los gobiernos y consolidando datos estructurales enormemente perversos para el progreso y el bienestar común. Curiosamente, esta quiebra se da por igual en países desarrollados y con democracias consolidadas que en países en desarrollo y con democracias débiles, pero su naturaleza y sus efectos son, sin embargo, bastante diferentes, dadas las condiciones de origen de que se parte.
Antes los partidos políticos tenían programas de capacitación política, enseñaban el abc de como gobernar, de no perder el contacto con la ciudadanía que era como un órgano regulador de sus actividades, ahora se gobierna con otras partes del cuerpo.
CD/YC
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