Orquesta Monumental Metropolitana llenó de gozo el Zócalo

Ciudad de México.- La diversidad del arte musical, cuyos géneros, instrumentación e identidades y origen de sus intérpretes pueden impulsar el sentido de comunidad, se hizo patente con el animado concierto de la Orquesta Monumental Metropolitana ayer al mediodía en el Zócalo de la Ciudad de México.
La presentación reunió en el escenario a más de 2 mil 600 músicos de 22 orquestas, con edades que iban de 6 a 90 años, provenientes de las alcaldías de la capital y de municipios del estado de México e Hidalgo, con el uso de instrumentos tradicionales en la música de concierto, pero que integró algunos populares e inusuales.
Interpretaron música de concierto, ópera, tango, pop, cumbia, rock nacional y en inglés, en lo que Ana Francis López, titular de la Secretaría de Cultura de la Ciudad de México, definió como “fiesta monumental” ante los miles de espectadores.
La funcionaria refirió que la instrucción de Clara Brugada, jefa de gobierno de la capital, es “cambiar la nota roja por la nota musical. De eso se trata: cada vez más instrumentos y menos armas; cada vez más música, más armonía, más sofisticación y cada vez menos violencia”.
En un resquicio entre los días nublados y lluviosos, en unas horas soleadas y calurosas se desarrolló la presentación de la orquesta, a la que Javier Hidalgo Ponce, coordinador de Educación Comunitaria Pilares, llamó la concreción de la solidaridad.
“Cada instrumento, nota y voz se unen para formar un gran rompecabezas comunitario donde cada historia y cada esfuerzo cuentan por qué lo colectivo siempre es más grande que lo individual. La música cambia vidas, abre caminos y siembra sueños”, añadió el funcionario.
La iniciativa tiene su origen en 1989, cuando nació el proyecto de orquestas y coros juveniles de la Ciudad de México con el fin de brindar clases gratuitas y dotar de instrumentos a los interesados en aprender música, que luego devino visión de “música comunitaria” enarbolada por Pilares.
El repertorio fue de Strauss y Beethoven a Pérez Prado y Maldita Vecindad, pasando por Coldplay y Los Ángeles Azules. Foto Cristina Rodríguez
Con posterioridad surgió la idea de crear la escuela de música y Orquesta Monumental Pilares, que alcanza ya la cifra de mil 600 músicos, pero que ahora permitió este concierto inédito con la incorporación temporal de más de mil intérpretes de otras agrupaciones.
Lizzi Cisneros comentó que la agrupación metropolitana que dirige es monumental “no por la cantidad de personas, sino por la de voluntades. Creemos de todo corazón que es el mejor ejemplo de comunidad creativa. Alumnos, maestros, directoras, todos trabajando juntos en alianza con el gobierno”.
Poco antes de iniciar, una persona en situación de calle exige que comiencen a tocar, mientras las campanadas de la Catedral Metropolitana inundan el ambiente y parecen ser el telón de inicio del recital. Por momentos se cuelan acordes de instrumentos en proceso de afinación. Los bronces religiosos se va despidiendo y ganan los sonidos de viento y cuerdas de la orquesta.
La conocida Marcha Radetzky, de Johann Strauss, dio inicio al recital, acompañada por las palmas de buena parte del público. Sigue el Himno a la alegría, de Beethoven. La pieza que refiere a la hermandad humana enmudece a los asistentes, que frasean por lo bajo y reverberan con las notas mientras las edificaciones devuelven ecos.
Más adelante, se da una reunión de fragmentos de Carmen, de Bizet, entre los que se encuentran Habanera y La marcha de los toreros. Se va entonces construyendo una dimensión alterna de gozo que va ganando el cuerpo de los asistentes.
Una de las violinistas, Diana, comentó al micrófono su emoción por estar en la plaza mayor capitalina y destacó el trabajo de meses para lograr este recital en el que “pusimos todo el corazón”.
Un momento importante fue el Popurrí de Dámaso Pérez Prado, el cual ya concitó la cadencia del cuerpo y convocó al baile en los espacios disponibles. En el escenario se vio el exultante ritmo corporal de las secciones de violines, coro, percusiones, mientras se oye: “¡Qué rico mambo!” Una pareja de sexagenarios vive cada parte de esta pieza y baila con maestría.
Se ejecuta una pieza zulú, de Sudáfrica, cuya título en español es Caminantes. Convoca al movimiento y la evocación de una cultura lejana que parece llamar a cierta armonía entre las personas, que hace moverse a ejecutantes y público. Elevan brazos, mueven caderas, baten palmas. El placer del baile.
El contrapunto viene con una composición de Gina Enríquez, titulada Tango. Los acordes sugieren la escena amorosa, solemne, un diálogo de seducción marcado con toques de drama.
La interpretación siguiente adquiere multitud de significados y conexiones. Se trata de Viva la vida, de Coldplay. Comparte el título con un pintura donde la artista Frida Kahlo retrata unas sandías, que también son el símbolo de la lucha del pueblo palestino. “¡Viva Palestina libre!”, proclama la conductora y los asistentes se enardecen y concuerdan con aplausos. Un músico levanta una bandera de esa colectividad bombardeada por Israel.
El ambiente alcanza cotas de gozo colectivo cuando se toca la clásica Kumbala, de Maldita Vecindad, que llama a esas noches de romance y fiesta. El respetable danza, corea, reflexiona. Una policía canta mientras graba con su celular, disfruta una congelada, baila y vigila.
El concierto cierra con dos cumbias de Los Ángeles Azules: Los sentimientos y Nunca es suficiente, cuya versión se popularizó con Natalia Lafourcade.
“Mucho genio junto”
Mara Miranda dijo a La Jornada que este recital fue “genial, fantástico. Nos gustaron todos los géneros. La versatilidad de lo que tocan es lo que hace que esté uno al pendiente, que esté divertido. Me gusta tanto talento junto”.
Por su parte Marco González reseñó: “estuvo padrísimo. Es maravilloso que tanta gente esté tocando aquí con base en lo que le gusta: la música”. Se dijo encantado que su nieto Alexander, de 13 años, se halle entre los músicos del escenario.
“Me da gusto. Toca con una guitarra rosa que era de su mamá. La tiene desde la secundaria y hasta ahorita la está usando aquí, aunque tiene otra. Le ha de gustar mucho porque se la trajo”, concluyó.
Al concluir el concierto, los músicos van bajando del escenario a la realidad. Se les nota plenos, contentos. Buscan a sus familias, parejas, amigos. Se reúnen con ellos y reciben parabienes. El orgullo y bienestar a su alrededor en esta tarde dominical en el Zócalo.
Con información de: La Jornada
CD/AT
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