Jun 16, 2025 / 07:28

Orar por los demás no es echar las cosas a la suerte

Sursum Corda

José Juan Sánchez Jácome

Presbítero

Hay personas que nos desean buena suerte y que nos vaya bien en la vida. Nos expresan un deseo sincero de paz y prosperidad en todo lo que emprendamos. También hay personas que desean todo lo contrario, envidian lo que alcanzamos, operan para que nos vaya mal y hasta celebran nuestros fracasos y caídas.

Sin embargo, quisiera quedarme con lo primero para referirme a esas personas que expresan sentidamente sus buenos deseos cuando nos dicen: “que te vaya bien y tengas suerte en tu trabajo, en la escuela, en tu familia y en tus proyectos”. Nos aprecian de tal manera que desean que las cosas salgan de manera satisfactoria.


Más allá del ánimo que infunden estas personas y de la gratitud que les debemos por desearnos siempre lo mejor, hace falta señalar que los cristianos no echamos las cosas a la suerte, no creemos en la alineación de determinados elementos para que las cosas fluyan en nuestra vida. Tampoco lanzamos una consigna al universo para que “confabule” en favor de las personas que queremos.


Los buenos deseos de los cristianos no tienen que ver con mecanismos esotéricos ni evocaciones enigmáticas. A ejemplo de Jesús -y como nos ha mostrado la riquísima tradición espiritual de la Iglesia- las cosas buenas y santas que deseamos y pedimos para los demás las presentamos por medio de la oración.


Es diametralmente diferente echar las cosas a la suerte y, como nos enseña Jesús en los evangelios, orar e interceder por las personas. Jesús no solo hacía oración, sino que era hombre de oración. No podía faltar ese espacio vital y esencial en su vida, incluso en los momentos de cansancio y de grandes tribulaciones. Como el alimento y el descanso, la oración era imprescindible en su vida.


Así para nosotros, la oración es ese espacio íntimo y privado que activa nuestra conciencia de hijos de Dios que se sienten escuchados por el Padre del cielo. Aunque en ocasiones sea apremiante el deseo de hacer oración ante las necesidades propias o de los demás, llega el momento que la oración nos atrapa y nos envuelve en el amor de Dios que llena por completo esos momentos de intimidad.


La paz y el consuelo que ofrece la oración a veces nos hace experimentar que las necesidades personales que nos llevaron a Dios pasan a segundo término, cuando disfrutamos la presencia de Dios y somos sorprendidos por la gloria del Señor que nos inunda. En una de sus oraciones Lydia de la Trinidad le dice al Señor: “Señor, te quiero a Ti, no a tus regalos, te busco a Ti, no a tus consuelos, y aunque los haya buscado, ahora sólo en Ti me quedo”.


San Gregorio de Narek confiesa así su amor a Dios: “No es a causa de Sus dones por los que me acuerdo de Dios, sino porque Él es la esencia misma de la vida… No hay lugar para la esperanza sino las cadenas de amor que me devuelven a Él; ningún lamento de sus dones, sino más bien del Donante”.


En nuestra vida cristiana vamos descubriendo con asombro este aspecto de la oración y al mismo tiempo se va cultivando la oración de intercesión para presentarle a Dios las necesidades de los demás. Hablando de esta oración que hacemos por los demás, no basta tener disposición.


La oración que tenemos que practicar, a ejemplo de Nuestro Señor Jesucristo, es una oración sacerdotal. Alguien puede decir: “yo hago oración por estas personas”, y quizá lo único que está haciendo es cerrar los ojos y desear que le vaya bien, o simplemente un ejercicio mental, pero su vida no cambia para nada.


De esta forma, no se intercede como es debido por los demás. De Cristo Jesús hemos aprendido que cada vez que se pide por los demás debemos hacer una oración sacerdotal, la cual consiste en ofrecerse y hacer posible con nuestra misión y testimonio el bien espiritual que se pide para las personas.


Si deseamos lo mejor y hacemos oración por las personas tenemos que hacer lo que nos corresponde para que verdaderamente estas personas alcancen la felicidad y puedan superar las adversidades que se van presentando, en la medida en que multiplicamos nuestros gestos de ayuda.


No hacemos oración por las personas para lavarnos las manos y dejarle a Dios toda la responsabilidad. Es como si yo pidiera en mis oraciones por los pobres, pero banqueteara todos los días y viviera de manera opulenta; como si pidiera sensiblemente por la paz, pero hiciera la guerra en los lugares donde vivo, guardando rencores y buscando la venganza; como si exigiera airadamente a las autoridades y a los guías que digan la verdad, pero yo vivo en la mentira; como si yo pidiera por los enfermos, pero no fuera sensible para visitarlos y viviera de manera temeraria descuidando mi salud.


No siempre hay coherencia entre las cosas que pedimos y lo que estamos viviendo. No siempre estamos dispuestos a cambiar nuestro propio estilo de vida, para reafirmar la sinceridad de nuestros buenos deseos y de nuestras oraciones. Una oración sacerdotal está respaldada por el compromiso y por el propio testimonio.


Ahí está el ejemplo de Jesús que en la última cena hace oración por sus discípulos y por todos los que a lo largo de los siglos vamos a creer en él. Cuando hace esta oración sabe que se acerca su muerte y que le espera un proceso muy difícil, pero está dispuesto a entregar su vida por el bien de todos nosotros. Esta es la oración sacerdotal de Jesús, no solamente desea el bien para las personas, sino que él se ofrece y se consagra por esta causa.


Cuando pidamos que no haya pobres, que no haya hambre, hay que estar dispuestos a desprenderse y sacrificarse. Cuando pidamos que no haya guerras, no hay que atizar rivalidades ni sembrar discordias.

Cuando pidamos que los demás sean honestos y digan la verdad, no hay que vivir en la mentira y en la deshonestidad. Cuando pidamos por los enfermos, hay que acercarse a ellos ofreciendo nuestro apoyo material y espiritual. Cuando pidamos que las personas sean acogidas, no hay que vivir dando la espalda a los demás y siendo indiferentes con los que más sufren. Cuando hagamos oración por los difuntos, hay que afianzar nuestra fe en la vida eterna y no dejar de añorar el cielo.


No se puede pedir algo para los demás que nosotros mismos rechazamos o no acogemos como gracia de Dios. No tendría mucho sentido, al hacer oración, pedir que alguien se convierta y no sentir yo la necesidad de convertirme; pedir que alguien se reconcilie con su familia y vivir yo confrontado con ella.


Una oración sacerdotal nos lleva a ser coherentes, a encarnar lo que deseamos para las personas. Así seremos buenos intercesores, no solo pidiendo y suplicando, sino dando testimonio y consagrándonos por el bien de los demás. Regresando sobre esta oración sacerdotal, Benedicto XVI reflexiona:
“Entregar a Dios quiere decir ya no pertenecerse a sí mismo, sino a todos. Es consagrado quien, como Jesús, es separado del mundo y apartado para Dios con vistas a una tarea y, precisamente por ello, está completamente a disposición de todos. Para los discípulos, será continuar la misión de Jesús, entregarse a Dios para estar así en misión para todos. La tarde de la Pascua, el Resucitado, al aparecerse a sus discípulos, les dirá: “La paz sea con ustedes. Como el Padre me ha enviado, así también los envío yo (Jn 20, 21)”.


Jesús hace oración por nosotros, pero no una oración que echa al vuelo, no una oración de forma mental, deseando la suerte, sino demostrando que nos ama y poniendo todos los medios para que podamos superar todas las adversidades.


Cuando aseguramos a los hermanos que haremos oración por las cosas que están pasando, no estamos diciendo que simplemente cerraremos los ojos y pediremos lo mejor para ellos. Estamos diciendo que iremos con Jesús, ante el sagrario, y delante de su presencia sacramentada intercederemos por ellos.


El escritor británico C. S. Lewis explicaba de manera muy bella lo que es la oración: “Orar por alguien es decir ‘te amo’ escondido, es amor sin ser visto, sin audiencias o aplausos, orar es fortalecer al otro, abrazarlo invisiblemente”.

CD/YC

* Las opiniones y puntos de vista expresadas son responsabilidad exclusiva del autor y no necesariamente reflejan la línea editorial de Cambio Digital.

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