No son gigantes, son molinos…
Desde la parroquia
Mar Morales
Con seguridad todos han leído la mayor obra de la literatura en habla hispana de todos los tiempos: Don Quijote de la Mancha.
Cuando era yo una imberbe y hermosa estudiante de Letras Hispánicas en la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM) me emocioné como no tienen una idea de saber que el plan de estudios contemplaba dos trimestres enteros para el estudio de esta majestuosa obra.
Recuerdo que muchas de mis amistades me veían como bicho raro pues no entendía qué sentido tendría leer una novela en dos trimestres y ya saben los comentarios sesudos de “qué flojera”, “de qué sirve eso”, “con tu carrera te mueres de hambre”, y montón de estupideces que prefiero guardar en el más escondido archivo de la memoria para no terminar el fin de semana enojada.
Para asombro de los ignorantes la novela no solo la leíamos, la estudiábamos en español antiguo y a la par se hacía un recorrido histórico-lingüístico de la misma.
Creo que no ha habido amor más grande en mí.
Don Quijote de la Mancha fue mi maestro, mi ídolo, y si entramos en confesiones más profundas, el único personaje que me ha dado desvelos en verdad placenteros al hacerme imaginar cada una de sus escenas y sentirme protagonista de las mismas.
Si usted no pertenece al cúmulo de ignorantes que mencioné líneas arriba, seguramente recuerda el célebre pasaje de los molinos de viento:
“La ventura va guiando nuestras cosas mejor de lo que acertáramos a desear, porque ves allí, amigo Sancho Panza, donde se descubren treinta, o pocos más, desaforados gigantes, con quien pienso hacer batalla y quitarles a todos las vidas, con cuyos despojos comenzaremos a enriquecer; que ésta es buena guerra, y es gran servicio de Dios quitar tan mala simiente de sobre la faz de la tierra.
–¿Qué gigantes? –dijo Sancho Panza.
–Aquellos que allí ves –respondió su amo– de los brazos largos, que los suelen tener algunos de casi dos leguas.
–Mire vuestra merced –respondió Sancho– que aquellos que allí se parecen no son gigantes, sino molinos de viento, y lo que en ellos parecen brazos son las aspas, que, volteadas del viento, hacen andar la piedra del molino”.
Don Quijote y su adorable locura, veía en efecto gigantes donde no los había, pero su afán de luchar, de ser héroe y protagonista lo hacía enfrentar “los más grandes peligros” en pos de la honra, de la virtud, como un real caballero andante.
Este y otros pasajes de la legendaria novela fueron con el paso de los años objeto de estudio de psicoanalistas, quienes concluyen que el personaje era presa de delirios, pues de tanto leer novelas de caballería, enloqueció.
Veía y creía cosas que no eran, pues. En palabras llanas: se deschavetó.
Pero a Don Alonso Quijano, nombre real de Don Quijote, su locura se le perdona porque esos mismos desvaríos lo hicieron inmortal y nos dejó como legado la mayor obra literaria de todos los tiempos.
A los simples mortales como usted y como yo si deliramos, si creemos a pie de juntillas lo que nos dicen, si queremos hacer creer a los otros que hay una realidad lejana a la misma, nos meten al manicomio o mínimamente, si bien nos va, nos ignoran o se ríen de nosotros.
Claro está, sin embargo, que a muchos les vale y andan por la vida -- al menos en el puerto jarocho-- pregonando victorias inexistentes y queriendo hacer creer a los ingenuos que tienen la verdad absoluta.
¿Le suena?
Con paso firme pero tambaleante (disculpe usted el contrasentido) en días pasados vimos a la señora Lobeira de Yunes asistir a algunos eventos en un papel ficticio de “alcaldesa electa”, haciendo propuestas, tomándose la foto, acciones dignas de delirios o simplemente querer dar atole con el dedo a una sociedad dormida que no se informa que ella, igual que muchos, viven en el plano de la irrealidad, porque aunque parezca mantra, la elección en Veracruz no está definida.
Cada quien y su locura, decía mi abuela.
POR CIERTO…
Hoy andaban varios yunistas calladitos y de “levanta dedos” en reunión con el chapito Guzmán.
¿No que no, mis chavos?
CD/YC
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