Jun 13, 2025 / 16:19

No es bueno que Dios esté solo

Sursum Corda

José Juan Sánchez Jácome

         Al principio me inquietó más la idea de Dios como Creador que como Padre. Como la mayor parte de las personas, yo también comencé a creer en Dios desde su identidad como Creador del mundo. Dentro de mis inquietudes infantiles y mi espíritu de búsqueda me hice las preguntas que quizá todos nos hacemos: ¿Quién es Dios? ¿De dónde viene? ¿Quién creó a Dios?

La filosofía me ayudó a precisar el alcance de mis preguntas y a plantearlas de manera más lógica. Surgieron en ese ámbito respuestas y reflexiones de gran envergadura.

Pero fue la vivencia de la fe cristiana la que me ofreció una visión más completa sobre la pregunta acerca de Dios. No logré responder todas las preguntas, pero sí la pregunta más importante que generaba no mi cabeza, sino mi corazón. Es como si más que una evidencia buscara yo una experiencia, como si la pregunta no fuera completamente mía, sino puesta por Dios como una forma de iniciar un camino diferente para conocerlo.

De esta forma caí en la cuenta que Dios permite esas preguntas para comenzar a construir una relación con Él, porque no es una imposición creer en Dios, sino un descubrimiento, es más se trata de una aventura apasionante que no sacia simplemente una inquietud intelectual, sino que te cambia la vida.

         Con el paso del tiempo hubo pruebas filosóficas, explicaciones cultas e inteligentes, razonamientos verdaderamente notables para explicar la existencia de Dios, pero la principal respuesta -que no sació simplemente una inquietud intelectual, sino una necesidad del corazón- no fue una teoría, sino una presencia.

Con estas preguntas y otras experiencias comprendí que fue Dios quien tomó la iniciativa, por lo que siguiendo a Jesucristo y a través del Espíritu Santo pude exclamar “Padre”. Superé prácticamente mis expectativas pues llegué a reconocerlo no sólo como Creador, sino a experimentarlo como Padre.

A partir de esta experiencia y de la vida de tantas personas que han asumido la pasión y el riesgo de la fe, considero que la pregunta sobre Dios no siempre goza de la mejor aproximación metodológica.

Se quiere conocer a Dios únicamente con el mismo procedimiento como se investigan las cosas de este mundo; es decir se le toma a Dios como un objeto, se le quiere aprisionar, medir y pesar, como si se tratara de un objeto que es posible someter y manipular en el laboratorio.

Con esta metodología nunca llegaremos a una conclusión sólida; con un procedimiento de esta naturaleza Dios se escapa y quedamos más atrapados en una conclusión arrogante: Dios no existe. Pero se trata de un punto de llegada que no tuvo un lógico punto de partida.

         Frente a la pregunta sobre Dios no podemos desvincularnos. Metodológicamente estamos llamados a hacer una experiencia de encuentro, no una investigación de un objeto o una realidad que pretendemos conocer y describir. Vinculación, pues ésta nos expone a una amistad, a una relación, que es la condición metodológica para que Dios se vaya asomando en nuestra vida.

         Muchos siguen en su ateísmo y en su indiferencia por este error metodológico, quieren descubrir a Dios, quieren tomarlo por asalto, pretenden someter a la divinidad por un camino equivocado. Y Dios se muestra al que se vincula, al que se aproxima con humildad, al que se acerca esperando una señal, una luz, una respuesta, y no al que supone ser muy inteligente para desenmascarar a la divinidad.

         No es bueno que Dios esté solo. La naturaleza de Dios es comunicarse, Dios no sabe hacer otra cosa que amar a sus criaturas, darse a sus hijos, llegar a construir una relación con nosotros en la que lo descubramos como Padre. No es bueno que Dios esté solo, nos sigue esperando para revelarnos su verdadera identidad.

         Con la belleza de las palabras y de la fe José María Pemán lo expresa así: “Yo sé que estás conmigo, porque todas las cosas se me han vuelto claridad: Porque tengo la sed y el agua juntas en el jardín de mi sereno afán. Yo sé que estás conmigo, porque he visto en las cosas tu sombra, que es la paz y se me han aclarado las razones de los hechos humildes y el andar por el camino blanco se me ha hecho un ejercicio de felicidad. No he sido arrebatado sobre nubes, ni he sentido tu voz, ni me he salido del prado verde por donde suelo andar... Otra vez, como ayer, te he conocido, por la manera de partir el Pan”.

Por lo tanto, Dios es amor, relación estrecha, ternura incondicional y comunicación honda, como destaca Dolores Alexandre refiriéndose al ícono de la Santísima Trinidad del monje ruso Andrei Rublev:

“En la fiesta de la Santísima Trinidad, evitemos la impresión de estar ante un misterio complicado y no tratemos de abordarlo a base de representaciones imaginarias (un triángulo, un trébol…) Las palabras de Jesús orientan nuestra mirada en la dirección adecuada. Dios es amor y, por tanto, relación estrecha, ternura incondicional, comunicación honda de persona a persona. En la mesa del banquete del precioso icono de la Trinidad hay un hueco abierto que invita a quien lo contempla a sentarse a la mesa. El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son nuestros anfitriones”.

Dios es comunión de personas. El aspecto de la relación es esencial en la naturaleza divina, como reflexiona el cardenal Raniero Cantalamessa: “La contemplación de la Trinidad puede tener un precioso impacto en nuestra vida humana. Es un misterio de relación. Las personas divinas son definidas por la teología «relaciones subsistentes». Significa que las personas divinas no tienen relaciones, sino que son relaciones. Los seres humanos tenemos relaciones -entre padre e hijo, entre esposa y esposo, etcétera-, pero no nos agotamos en esas relaciones; existimos también fuera y sin ellas. No así el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo”.

La comunión de personas que define esencialmente a Dios hacía que San Sergio de Radonezh se refiriera con estas palabras a la falta de unidad que hay en el mundo: “Contemplando la Santísima Trinidad, vencer la odiosa discordia de este mundo”.

La santísima Virgen María es la criatura más especial hecha por la mano de Dios. Por eso, San Bernardo decía: “De María no se dirá nunca lo suficiente. Es una obra maestra de la Santísima Trinidad”.

Jean Guitton explicaba así esta predilección de Dios por la Virgen María: “Solamente es posible comprender a la Virgen María, contemplando la relación sustancial extraordinaria que ella tiene con el Padre, de quien ella es la hija; con el Hijo, de quien ella es la madre; y con el Espíritu, de quien ella es la esposa… En el siglo XXI, los cristianos incluirán a la Virgen en el interior de la Trinidad. La Iglesia se verá empujada a definir al Espíritu Santo de forma mucho más completa que antes. Nos aproximamos al final de un tiempo, por lo tanto, nos acercamos a María que es patrona de la escatología, del final de los tiempos, como se ve en el libro del Apocalipsis. La Virgen está en el Alfa y la Omega. El Espíritu y la esposa dicen “Ven”, “Ven, Señor Jesús”. Esas últimas palabras del libro del Apocalipsis nos revelan por sí solas el papel clave que debe jugar la Virgen, instrumento del Espíritu Santo, en los últimos tiempos…”

María hace posible que no nos cansemos de buscar a Dios. La famosa oración de San Agustín también nos ubica y nos impulsa en la búsqueda de Dios y nos lleva a mantener la pasión por este encuentro con el Señor, para que nunca lleguemos a desfallecer:

“En mi empresa he seguido la regla de la fe;

desde ella te he buscado,

según mis posibilidades

y según la capacidad que tú me has dado;

he tratado de ver con la razón lo que yo creía;

he reflexionado mucho, grandes han sido mis esfuerzos.

Señor, mi Dios, mi única esperanza: escúchame,

y no permitas que cansado ya no te busque,

sino haz que te busque siempre con fervor (Ps. 104, 4).

Dame fuerza para seguir buscando.

Tú que te has dejado encontrar

y que nos has otorgado la esperanza de poder seguir encontrándote

cada vez más y más.

Ante Ti están mi fuerza y mi impotencia:

consérvame la una y sana la otra.

Ante Ti está mi saber y mi ignorancia:

donde me has concedido entrar, recíbeme en tus brazos;

donde hasta ahora no me has dejado entrar, abre cuando llame.

Que yo me acuerde siempre de Ti,

piense en Ti y te ame.

Haz que esto crezca en mí

hasta que me hayas transformado completamente”.

(San Agustín, De Trinitate, Libro XV, capítulo XXVIII).

CD/GL

* Las opiniones y puntos de vista expresadas son responsabilidad exclusiva del autor y no necesariamente reflejan la línea editorial de Cambio Digital.

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