
Newman: la existencia de una confederación del mal
Sursum Corda
José Juan Sánchez Jácome
En su predicación de Adviento de 1835, el Cardenal Newman ya percibía de manera alarmante el propósito de excluir a la religión, de la vida de la sociedad, al grado que llegó a hablar de una confederación del mal. No veía el ataque y la descalificación a la fe como algo que tuviera que ver con situaciones aisladas, o decisiones particulares, o consignas de grupos contrarios, sino como una estrategia bien orquestada en la que el espíritu del mal es su principal impulsor.
Este análisis que hace a partir de la situación que prevalecía en los inicios del siglo XIX tiene el nivel de una visión profética, pues nos hace caer en la cuenta de cómo se han venido complicando de manera dramática las cosas y cómo se han venido cumpliendo estos escenarios que nos hacen sentir la fuerza, la amenaza y la embestida de una verdadera confederación del mal.
“¿Acaso no existe en este mismo momento un especial empeño en casi todo el mundo en prescindir de la religión, más o menos evidente en este o en aquel lugar, pero más visible y formidablemente en aquellas regiones más civilizadas y poderosas?... ¿No existe un empeño febril y permanente por deshacerse de la necesidad de la religión en los asuntos públicos?... ¿No existe el intento de educar sin religión, o sea, poniendo a todas las formas de religión al mismo nivel?... Sin duda existe actualmente una confederación del mal, que recluta sus tropas de todas partes del mundo, organizándose a sí misma, tomando sus medidas para encerrar a la Iglesia de Cristo como en una red... ¿Creen acaso que él (Satán) es tan inexperto en su arte como para invitarlos en forma abierta y clara a unirse a él en su combate contra la Verdad? No, él les ofrece cebos para tentarlos. Les promete libertad civil; les promete igualdad; les promete comercio y riqueza; les promete exención de impuestos; les promete reformas... Les promete iluminación, ofreciéndoles conocimiento, ciencia, filosofía, ensanchamiento de la mente. Él se burla de los tiempos pasados y se mofa de toda institución que los venere. Él les sopla lo que deben decir y luego los escucha, los alaba y los alienta. Él los incita a ascender a la cima. Les enseña cómo convertirse en dioses. Luego ríe y hace bromas e intima con ustedes…”
Humanamente hablando se cierran los caminos y se experimentan muchas limitaciones, como si ya no hubiera nada que hacer ante el poderío del mal. Pero en una situación extrema como ésta contemplamos sorprendidos los caminos inéditos e insospechados que está abriendo la Providencia.
Esa sorpresa que provoca la Providencia de Dios la podemos experimentar también en la vida del Cardenal Newman que ha sido nombrado Doctor de la Iglesia. Cuándo iba yo a suponer que un hombre que llegó del protestantismo, concretamente de la Iglesia anglicana, nos llevaría a amar más a nuestra Iglesia católica y a valorarla por conservar íntegro el depósito de la fe.
El proceso de conversión de Newman añade un elemento de tensión y de drama al tomar una decisión honesta, valiente y sufrida -pero en todo caso leal con su propia conciencia- al convertirse al catolicismo después de una gran trayectoria en Inglaterra como sacerdote anglicano, teólogo de renombre y eminente catedrático en Oxford.
El encuentro con la Verdad fue la única motivación que lo llevó a tomar una decisión difícil que le provocaría el desprestigio en un país oficialmente anglicano. Al investigar en los escritos de los santos padres descubre cuál es la Iglesia verdadera que conserva el depósito de la fe.
Su conversión a la fe católica fue como la entrada en puerto seguro, no porque la Iglesia no conozca de crisis y turbulencias, sino porque conoce la verdad y posee a Aquel que de manera misteriosa la hace pasar del dolor al consuelo, de la oscuridad a la luz, del sufrimiento a la paz.
En efecto, un hombre que llegó del protestantismo nos provoca a amar más a la Iglesia y a confiar incondicionalmente en la Providencia que se manifiesta cuando perdemos la esperanza.
El Cardenal Newman lo tenía bien claro. No sólo lo entendía, sino que lo sufría personalmente cuando animaba a los fieles a confiar en la Providencia de Dios que siempre guía a su Iglesia y jamás la desampara, aunque a veces parezca que la barca de Pedro está a punto de hundirse.
El Edicto de Milán que decretó el fin de las persecuciones a los cristianos, a principios del siglo IV, abría un tiempo de paz para la Iglesia perseguida ferozmente durante los tres primeros siglos de nuestra historia.
Pero la Iglesia no ha conocido la paz prácticamente durante toda la historia, ya que ha estado constantemente sometida a una serie de ataques, a veces de manera más global, otras veces de manera más local, pero siempre enfrentando diversas batallas donde busca sobreponerse, también purificarse, dejarse guiar por el Espíritu y comprometerse en el anuncio del evangelio.
A nuestra generación le está tocando enfrentar otra batalla que no será la última, como lo tenía bien claro el Cardenal Newman: “Siempre parece que la religión está a punto de perecer, que los cismas triunfan, que la luz de la Verdad se apaga y que sus defensores huyen derrotados. La causa de Cristo siempre está en su última agonía, como si solo fuera cuestión de tiempo que sea definitivamente derrotada uno de estos días. Los santos siempre están desapareciendo de la tierra y Cristo siempre está llegando. De este modo, el Día del Juicio está literalmente a las puertas y es nuestro deber estar esperándolo siempre, sin desanimarnos por haber dicho tantas veces “ahora es el momento”, antes de que, en el último momento, contra lo que esperábamos, la Verdad vuelva a levantar la cabeza”.
Porque hemos sido elegidos, nos toca perseverar sabiendo que más allá de la maldad de este mundo debemos esperar la salvación de parte de Dios, como lo sostiene el Cardenal Newman:
“La Iglesia siempre parece estar muriendo… pero triunfa frente a todos los cálculos humanos… la suya es una historia de caídas aterradoras y de recuperaciones extrañas y victoriosas… y en fin, la regla de la Providencia de Dios es que hemos de triunfar a través del fracaso”.
Natalia Sanmartín Fenollera, escritora española y autora de El despertar de la señorita Prim, reconoce cómo esta visión profética de Newman contiene un llamado para perseverar y mantenernos en la lucha:
«“Un proceso secreto y silencioso está fraguándose en los corazones de muchos”. Siempre que leo estas palabras de John Henry Newman, y me obligo a releerlas de vez en cuando porque creo que son proféticas, pienso en un corazón como el de John Senior. Newman creía que la Providencia estaba preparando un ejército para hacer frente a una demolición de la fe cristiana nunca vista antes, una milicia desperdigada nacida para pelear “en las próximas centurias”. Cuál sería el tiempo exacto o el lugar, no lo sabía. Pero sentía que ese proceso estaba gestándose, como un dique de abrigo construido para hacer frente a una tempestad».
En tiempos críticos y cuando nos enfrentamos a la confederación del mal hace falta regresar al depósito de la fe y compartir estos tesoros a nuestros fieles, convencidos, como sostenía el doctor Newman que:
“El cristianismo posee el gran don de enjugar y curar la única herida profunda de la naturaleza humana, y esto vale más para su éxito que toda una enciclopedia de conocimientos científicos y toda una biblioteca de controversias; por eso el cristianismo ha de durar mientras dure la naturaleza humana”.
Frente a las diversas irrupciones del mal nos toca perseverar y confiar en el Señor, pues: “El Cristianismo ha estado demasiadas veces en lo que parecía un fatal peligro, como para que ahora nos vaya a atemorizar una nueva prueba (...). Son imprevisibles las vías por las que la Providencia rescata y salva a sus elegidos. A veces, nuestro enemigo se convierte en amigo; a veces se ve despojado de la capacidad de mal que le hacía temible; a veces se destruye a sí mismo; o, sin desearlo, produce efectos beneficiosos, para desaparecer a continuación sin dejar rastro. Generalmente la Iglesia no hace otra cosa que perseverar, con paz y confianza, en el cumplimiento de sus tareas, permanecer serena, y esperar de Dios la salvación”.
No podemos claudicar ni coludirnos con el espíritu del tiempo pues como sostiene Newman: “La Iglesia que se casa con el espíritu de los tiempos se encontrará viuda en la próxima generación”.
CD/VC
* Las opiniones y puntos de vista expresadas son responsabilidad exclusiva del autor y no necesariamente reflejan la línea editorial de Cambio Digital.
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