
Las “vacaciones” de Jesús
Sursum Corda
José Juan Sánchez Jácome
Presbítero
Los evangelios nos presentan con frecuencia a Jesús apartándose de todos, buscando el silencio e internándose en la montaña y el desierto para encontrarse con Dios a través de la oración. Jesús no sólo hacía oración, sino que era un hombre de oración. Con su testimonio y sus enseñanzas se esforzaba por hacer de sus discípulos hombres de oración.
Cuando regresaban sus discípulos de la misión los escuchaba y los llevaba a un lugar apartado y solitario para descansar y agradecer a Dios por los prodigios realizados. De acuerdo a los santos evangelios eran tantas las necesidades que Jesús atendía que la gente no dejaba de buscarlo, por lo que no les quedaba tiempo ni para comer.
A veces para Jesús su descanso era sólo proponerlo y desearlo, o era únicamente el trayecto en la barca de donde partían para buscar un lugar solitario, porque cuando desembarcaban ya estaba la gente esperándolo, después de haber investigado ávidamente dónde se encontraba Jesús con sus apóstoles.
En un momento como este de gozo por la misión y de cansancio por tantas necesidades que atendían, Jesús viendo a esa multitud se compadeció de ellos porque “andaban como ovejas sin pastor”, por lo que se puso a enseñarles muchas cosas (Mc 6, 30-34), posponiendo una vez más el descanso con sus discípulos o, mejor dicho, confirmando una de las enseñanzas del Sermón de la Montaña: “Busquen primero el reino de Dios y su justicia y todo lo demás se les dará por añadidura” (Mt 6, 33).
No siempre es posible salir de vacaciones ni tampoco tener las vacaciones ideales. Por lo que además de aprovechar los pocos espacios que nos quedan para buscar el descanso necesario y no quedar esclavizados a la idolatría del trabajo, debemos experimentar el potencial que tiene la vida espiritual.
No somos máquinas que se pongan en reposo, sino personas que necesitan cultivar el silencio, la oración, la contemplación de la belleza y la meditación para llegar a experimentar la paz y el gozo espiritual que brotan del encuentro con el Señor.
No vivimos en el comunismo, por lo menos hasta ahora. Pero el sistema actual, sin prohibirnos ciertamente la profesión de nuestra fe, nos ha orillado a una dependencia excesiva del materialismo y del confort que además de rebajar las capacidades del ser humano margina la vida espiritual.
El ritmo de vida que impone la sociedad actual y el materialismo en el que vivimos minusvaloran la vida espiritual o la presentan como algo periférico y accesorio, ligado simplemente a la práctica de algunos ritos y costumbres.
Hay bienes espirituales que necesitamos con urgencia y que las vacaciones más sofisticadas y extravagantes jamás nos concederán. La paz que necesitamos, la alegría que andamos buscando y la fortaleza que anhelamos son bienes espirituales que están al alcance de la fe.
Por eso, de acuerdo a lo que presentan los santos evangelios, Jesús escucha a los apóstoles, los deja hablar, pero también los invita a descansar y encontrar un modo para permanecer personas, a pesar de las carreras que la vida nos impone.
Hablando de las bondades y del sentido espiritual del descanso, decía San Josemaría Escrivá: “Siempre he entendido el descanso como apartamiento de lo contingente diario, nunca como días de ocio. Descanso significa represar: acopiar fuerzas, ideales, planes… En pocas palabras: cambiar de ocupación, para volver después –con nuevos bríos– al quehacer habitual”.
Se trata, pues, de aprender a descansar regresando al corazón de las cosas para permanecer como personas. Reflexionaba el papa Francisco: “No se trata solo de descanso físico, sino también de descanso del corazón. Porque no basta “desconectar”, es necesario descansar de verdad. ¿Y esto cómo se hace? Para hacerlo, es preciso regresar al corazón de las cosas: detenerse, estar en silencio, rezar”.
Aunque a inicios del tercer milenio se ha descubierto prácticamente todo, nos falta descubrir el potencial de los bienes espirituales que ofrece una vida de fe. De manera especial Jesús nos espera en el sagrario durante el día, la noche o la madrugada y nos recuerda: “Vengan a mí todos los que están afligidos y agobiados y yo los aliviaré” (Mt 11, 28).
Jesús nos puede conceder esos bienes espirituales que provocan el verdadero descanso que necesita nuestra alma. Uno de esos bienes espirituales que nos ofrece el Señor es la capacidad de poder perdonar. Como dice el P. Ignacio Larrañaga:
“No hay en el mundo fruta más sabrosa que la sensación de descanso y alivio que se siente al perdonar, así como no hay fatiga más desagradable que la que produce el rencor. Vale la pena perdonar, aunque sea solo por interés porque no hay terapia más liberadora que el perdón”.
A todos los que están agobiados y fatigados por la carga Jesús los invita a ir hacia él para encontrar alivio y descanso. Si estás cansado. Si sientes que no puedes más. Si los días te vencen un poco. Si te agobia el trabajo, el presente, o el futuro. Si no encuentras sentido a lo que haces. Si a veces tienes ganas de tirarlo todo por la borda. Si el evangelio es demasiado exigente. Si no sabes amar bien. Nos dice Jesús: Ven a mí. Y yo te aliviaré. Mi palabra será caricia. Mi silencio será música. Mi ternura será refugio. Pasa un tiempo conmigo y aprende de mí que soy manso y humilde de corazón.
Hay que aprender de la humildad y mansedumbre de Jesús para no convertirnos en el centro de todo y para no hacer dramas en exceso, sino poner todo en manos de Dios. Una de las cosas que más nos afectan y nos cansan es creer que lo sabemos todo. Y, sin embargo, hay tanto que aprender. Por eso, Jesús nos dice: “Aprendan de mí que soy manso y humilde de corazón y encontrarán descanso”.
Te cansan tus rebeldías; nunca estás contento. Te cansa el vivir luchando contra Dios; no aceptas sus planes sobre tu vida. Te cansa ese empeño tan obstinado por imponer tu voluntad a la suya; incluso, cuando rezas, pides que haga Dios lo que quieres tú, en lugar de pedir la gracia de hacer tú lo que quiere él. ¿Cómo no vas a cansarte?
Nuestro verdadero descanso es Jesús. Después de pasar por tiempos de tribulación y de experimentar el desgaste, el cansancio y el sinsentido que deja una vida basada únicamente en los criterios de este mundo, la compañía de Cristo Jesús es lo que más necesitamos para recobrar el ánimo, el gozo, la fuerza y la esperanza. Ante las tribulaciones quedamos muy sensibles y lastimados, por lo que necesitamos a Jesús más que las vacaciones.
Hablando del régimen comunista en el que vivió, decía el escritor e historiador ruso Aleksandr Solzhenitsyn: “Después de décadas de sufrimiento, violencia y opresión, el alma humana anhela cosas más altas, más cálidas y más puras que las ofrecidas por los hábitos de convivencia masiva introducidos por la invasión repugnante de la publicidad, el aturdimiento televisivo y la música insoportable”.
Se trata pues no sólo de anhelar lugares más lejanos, momentos exóticos, experiencias extravagantes y tiempos de placer, sino cosas más altas, más cálidas y más puras que provocan una verdadera renovación interior, que nos haga recuperar la paz, la fortaleza y la confianza.
Necesitamos descubrir, en pleno siglo XXI, el poder de renovación que tiene la vida espiritual para caer en la cuenta que no sólo de pan vive el hombre. De esta forma, en el corazón de Cristo descubriremos que estamos llamados a ser hogar en un mundo en el que los hombres buscan con ansiedad corazones en los que puedan descansar.
CD/YC
* Las opiniones y puntos de vista expresadas son responsabilidad exclusiva del autor y no necesariamente reflejan la línea editorial de Cambio Digital.
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