La política implica sacrificios
Por qué la política tiene tan mala fama. La política resulta indispensable porque es el acercamiento de intereses distintos en sociedades por definición plurales y heterogéneas. Por eso política es diálogo, conciliación, acuerdos. Sin embargo, a la política se la identifica más con los políticos que con esas prácticas. Y a los políticos, en una generalización alevosa pero muy extendida, se les conoce como abusivos, convenencieros y corruptos.
Con la política y quienes la practican se hacen simplificaciones que terminan por resultar injustas. Pero es un hecho que la política está desprestigiada. En la contemporánea sociedad de masas la especialización en la conducción del gobierno, y del Estado, propicia que la política sea tarea de pocos en representación de muchos. Esos pocos que se encargan de encabezar la gestión pública reciben un consentimiento pasivo y a menudo desconfiado por parte de los ciudadanos. A pesar de recelos fundados, sean o no amplificados en el espacio público, muchos ciudadanos respaldan a un partido u otro, se interesan por los protagonistas de la política, acuden a votar por algunos de ellos. Es decir, con todo y el desprestigio que padece la política es considerada, digamos que bajo protesta, como una actividad necesaria.
Esa tensión entre el recelo y el consenso define las relaciones entre la sociedad y el quehacer político. Desde luego quienes ejercen la política, ya sea de manera profesional y especializada o con el afán para ser parte de ella, son integrantes de la sociedad. No incurriremos aquí en la vulgaridad, por desgracia frecuente, que sostiene que los ciudadanos son diferentes a los políticos. Esa segregación es una más de las expresiones de la antipolítica.
Todos los políticos son ciudadanos. Y todos los ciudadanos tienen derechos, entre los cuales se encuentra el derecho a hacer política o a no hacerla. Quienes no quieren involucrarse en tareas políticas formales, por ejemplo, en un partido, no por ello tienen más méritos que quienes sí lo hacen. Al contrario. Hacer política de manera institucional es un privilegio, pero implica sacrificios.
En todo caso, quienes se mantienen fuera del quehacer político no por ello son más limpios ni están a salvo de practicar, en los ámbitos en donde se desempeñen, formas de corrupción como las que, a menudo con razón, se les reprochan a los políticos. Incluso podría decirse que, aun cuando resulta comprensible, el alejamiento deliberado respecto del quehacer político está muy lejos de ser una actitud conveniente por parte de los ciudadanos.
CD/JV
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