Jul 21, 2025 / 08:52

La más grande historia de amor está contenida en una pequeña hostia blanca

Sursum Corda

José Juan Sánchez Jácome

Presbítero

Sin la prudencia y el cuidado para decir las cosas nos quejamos e incluso criticamos que la gente mayor tiende a repetir y contar las mismas cosas. Los ancianos suelen repetir lo mismo, de tal manera que llega el momento en que nos sabemos sus historias y recomendaciones que nos han dicho en muchas ocasiones.

En un análisis ligero e incompleto atribuimos esta situación al declive de su vida y de sus facultades, sin percatarnos de que esta situación también se puede explicar por el hecho de que, después de un gran recorrido en este mundo, han llegado a descubrir lo más esencial en la vida, han llegado a ese punto de madurez y sabiduría que los hace detenerse ante lo que es imprescindible y da sentido a la existencia.
Después de tantos logros y caídas, de tantos aciertos y errores, de tantas carreras y prisas, de tantos ires y venires, de tantos pendientes y preocupaciones, se va quedando uno con lo esencial, con aquello que no se marchita, que jamás pasa de moda; con aquello que es capaz de encender nuestros corazones y darnos la paz cuando llega el declive de la vida.


También nosotros, en la medida que van decayendo las fuerzas físicas, vamos vislumbrando paulatinamente esta parte fundamental que los ancianos han logrado captar.


Por eso, en medio de nuestras prisas y preocupaciones, cada vez que los ancianos repitan lo mismo debemos considerar que nos están mostrando, de manera velada, lo esencial, lo que más nos conviene en ese momento, lo que puede traer inesperadamente la paz y la esperanza frente a nuestra ansiedad.


Es como si el encuentro y la convivencia con los ancianos y los enfermos nos metiera en una dinámica diferente para desacelerarnos y aprender a vivir en un ritmo más humano y más cordial, delante del ritmo frenético de la vida que nos desvincula, nos despersonaliza y nos aparta de lo esencial y de lo que realmente llena el corazón.


La convivencia con los adultos mayores es una ventana para remontarnos y asomarnos a lo más esencial: la familia, las virtudes, estar en paz con la conciencia, ayudar a los más necesitados, mantener la esperanza y buscar ante todo a Dios.


Cada vez me voy acercando a esa etapa que tiene sus maneras de anunciarse y de hacerse presente.

Pero sin esperar a que llegue la madurez y la sabiduría que regala esa etapa de la vida, suelo repetir conscientemente algo que me resulta esencial después de un gran recorrido en la vida y en la Iglesia: he llegado a contemplar que Cristo eucaristía es lo más esencial, que visitar a Jesús en el sagrario es fundamental. No se puede decir algo más arriba que Jesús, no se puede decir algo al margen de Jesús.


Si no hubiera sido por Jesús eucaristía yo hubiera perdido la esperanza, la alegría y el rumbo de mi vida.

De manera sorprendente decía Mons. Fulton Sheen: “La más grande historia de amor de todos los tiempos está contenida en una pequeña hostia blanca”.


Ahí está el alimento que necesitamos y el espacio más íntimo en este mundo para estar con Jesús y para escucharlo; para llegar a descubrir, como los ancianos, que estar con él es esencial y lo que jamás nos puede faltar a los cristianos.


En un espacio tan íntimo como la eucaristía escuchamos a Jesús que al exponer el camino de la vida cristiana nos anticipa lo que conlleva su seguimiento. Un cristiano que se apega al evangelio no es bienvenido ni reconocido. Ahora se reconoce al tramposo, al corrupto, al que vive en la injusticia, al que tiene un poder ilegítimo.


Pero al que hace el bien, al que persevera en el bien, a pesar de todo, y al que dice la verdad no se le reconoce. Sin embargo, el Señor nos invita a no dejar de hacer el bien, incluso a los enemigos y perseguidores. Como dice Gino Bartali: “El bien se hace, pero no se dice. Y ciertas medallas se cuelgan en el alma, no en la chaqueta”.


Jesús anticipó estos conflictos, persecuciones y tribulaciones, aunque cuando llegan siempre tienen el potencial de llevarnos a cuestionar a Dios. Nos ponemos a pensar que, si estamos haciendo el bien, por qué no nos va bien. Esta es una provocación del enemigo, una sutil tentación para que se aleje uno del Señor.


Así que un cristiano no se puede sentir sorprendido por estas tribulaciones, ya que Jesús se había referido a esta situación. Debemos agradecer la claridad y el realismo con los que Jesús siempre nos ha hablado diciéndonos la verdad.


Cuando nosotros llegamos a la Iglesia se nos habló con la verdad y se nos explicó el sentido auténtico del seguimiento de Jesucristo. No se nos dijo que se iban a resolver los problemas o que todo sería fácil, ni tampoco que nos íbamos a sacar la lotería (en otros lugares se ofrecen estas promesas). A nosotros se nos anunció el evangelio que nos dice la verdad, que nos hace vislumbrar la belleza, que nos lleva a quedarnos con lo esencial.


Se nos anunció que la cruz no es un elemento negativo, sino que forma parte de la vida cristiana. De ahí, pues la importancia de la oración y de la eucaristía que nos hacen entrar en la intimidad del Señor para que no se nos olvide su palabra y no nos llenemos de miedo y ansiedad por las cosas que muchas veces enfrentamos por mantenernos fieles al Señor.


Necesitamos del silencio y de la intimidad que nos ofrecen los encuentros con el Señor especialmente en el sacramento de la eucaristía, para que recordemos en el momento de las tribulaciones que Jesús ya había hablado de ello. Y como también Jesús dice en el evangelio, tengamos presente que en esas tribulaciones se nos dirá lo que hay que hacer y decir, se nos concederá el Espíritu Santo.


Los santos, como los ancianos que repiten lo mismo, entendieron que lo esencial es estar con Jesús y señalaban con frecuencia al sagrario para recordar que ahí Jesús nos estará siempre esperando. San Josemaría Escrivá reflexiona: “Para mí el Sagrario ha sido siempre Betania, el lugar tranquilo donde está Cristo, donde podemos contarle nuestras preocupaciones, sufrimientos, ilusiones y alegrías con la misma sencillez con que le hablaban aquellos amigos suyos, Marta, María y Lázaro”.


Por su parte decía San Rafael Arnáiz: “Jesús está en el Sagrario, allí recibe a sus amigos, allí los consuela, los cura y los perdona”. Cuando no sea posible estar allí como quisiéramos, también los santos recomiendan ir con el pensamiento y el corazón.


El padre Pío recomendaba: “Durante el día, cuando no te sea permitido hacer nada más, invoca a Jesús, incluso en medio de todas tus ocupaciones… Vuela con el espíritu delante del sagrario… y allí desahoga tus ardientes deseos y habla, ora y abraza al Amado de las almas”. Y el santo cura de Ars decía: “Cuando se despierten en la noche, vayan en espíritu al sagrario y digan: ‘Aquí estoy, Señor, vengo a adorarte, a agradecerte, amarte y hacerte compañía con los ángeles’”.


Los santos entendieron que el sagrario no es solo un refugio mientras pasa la tormenta, sino que es un lugar que nos renueva para seguir dando un testimonio alegre del amor de Cristo, como reflexiona San Manuel González: “Para mis pasos yo no quiero más que un camino, el que me lleva al Sagrario, y yo sé que ando por este camino encontraré hambrientos y pobres de muchas clases… y haré descender sobre ellos la alegría de la Vida”.


En una de sus cartas, el gran escritor J.R.R. Tolkien, con gran fervor, recomienda a su hijo Michael: “Desde la oscuridad de mi vida, con tantas frustraciones, pongo ante ti lo único verdaderamente grande y digno de amor en esta Tierra: el Santísimo Sacramento… En él encontrarás romance, gloria, honor, fidelidad y el verdadero camino de todos tus amores en esta Tierra y más aún, en la muerte”.


Sin esperar a que llegue la ancianidad le pido al Señor me conceda la claridad para seguir repitiendo de manera novedosa lo más esencial para un cristiano: que Jesús está vivo y plenamente presente en la eucaristía, que nos espera en el sagrario y que podemos adorarlo en el Santísimo Sacramento del altar.


Repetir en este caso no es consecuencia del declive de las facultades o de la falta de preparación, sino de la convicción ardiente que Jesús es lo esencial. Con palabras bellas que corresponden a este misterio de belleza escribía Sor Cristina de Arteaga:


“Sagrarios de plata y oro
que abrigáis la omnipresencia
de Jesús, nuestro tesoro,
nuestra vida, nuestra ciencia.
Yo os bendigo y os adoro
con profunda reverencia…”

CD/YC

* Las opiniones y puntos de vista expresadas son responsabilidad exclusiva del autor y no necesariamente reflejan la línea editorial de Cambio Digital.

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