
Hay decisiones que no se anuncian, se revelan: ¡Bienvenido papa León!
Sursum Corda
José Juan Sánchez Jácome
Presbítero
La fe, la alegría y la devoción de miles de personas entre niños, jóvenes y adultos congregados en la plaza de San Pedro hicieron posible que los millones de fieles a lo largo del mundo nos sintiéramos en ese sacrosanto centro de la cristiandad aguardando con inquietud, emoción y esperanza la presentación del nuevo Sumo Pontífice.
Una vez más ha sido fascinante y divina al mismo tiempo esa gloriosa espera del nuevo pastor, que no sólo une a toda la Iglesia, sino que nos hace latir con un corazón católico que vuelve a fascinarse con los tesoros de la fe y con los ritos que lucen siempre novedosos y atrayentes, los cuales guarda celosamente la tradición de la Iglesia.
Fue de verdad emocionante recibir mensajes llenos de alegría de parte de niños y jóvenes que vivieron por vez primera un Cónclave y que, como dice Jesús en el discurso del pan de vida, lograron ser atraídos por el Padre para encontrarse con la belleza de la tradición de la Iglesia, al sentir latir en su corazón la palpitación de su fe católica.
Bendita nuestra Iglesia que frente a la inmediatez y la banalización que prevalece en nuestros tiempos nos hace vivir todo un renacimiento espiritual -desde la muerte del papa hasta el nombramiento del nuevo sucesor de San Pedro- con ritos y tradiciones que nos elevan al cielo y nos hacen abrirnos a las realidades eternas.
Una de las reflexiones que mostraban con asombro, en esta época moderna y tecnológica, este aspecto vibrante de la liturgia y los ritos de la Iglesia que van desvelando progresivamente los misterios de Dios destacaba:
“En la era de la inmediatez, donde todo debe ser visto, comentado y compartido en el acto, una vieja chimenea sigue dando la noticia más importante de la Iglesia con humo. No hay pantallas táctiles, ni grafismos, ni relojes marcando la cuenta atrás. Hay espera. Hay ambigüedad. Hay silencio. Y de pronto, humo. Negro si aún no. Blanco si ya. Tan simple como sagrado. ¿Qué significa esto en 2025? Que mientras el mundo corre, la Iglesia se detiene. Que mientras otros calculan, ella discierne. Que hay decisiones que no se anuncian, se revelan” (Salvador Cruz Quintana).
Las tradiciones y la liturgia de la Iglesia nos van llevando paulatinamente a percibir el misterio, mostrándonos la belleza de Dios que provoca la fascinación. Refiriéndose a la liturgia el cardenal Prevost había señalado:
“Para combatir el dominio de los ‘mass media’, no basta con que la Iglesia posea sus medios o patrocine películas religiosas. La misión propia de la Iglesia es introducir a las personas en la naturaleza del misterio como antídoto contra el espectáculo”.
Al elegir el camino espiritual para vivir esta transición estuvimos siempre a la expectativa de las sorpresas del Espíritu Santo, más que de nuestros gustos, pronósticos y opiniones. Y una vez que el Espíritu se ha pronunciado, para sorpresa y admiración de todos nosotros, recibimos con alegría, ilusión y esperanza al papa León XIV.
León es uno de los nombres más representativos en la historia del papado. Con Prevost ha sido usado en 14 ocasiones, igualando al nombre de Clemente. Juan ha sido utilizado 23 veces, Gregorio y Benedicto 16 veces cada uno. De los papas que llevaron el nombre de León, 5 han sido canonizados.
La designación del nombre revela la identidad y la misión pastoral del nuevo Vicario de Jesucristo. Su nombre se remonta a San León Magno (siglo V), el primero de los Leones, quien defendió la fe católica frente a las herejías y detuvo a Atila, el Huno, en 452, solo con su autoridad moral.
San León Magno fue proclamado Doctor de la Iglesia. Hablando de la cruz, reflexionaba: “No hay enfermo a quien le sea negada la victoria de la cruz, ni hay nadie a quien no ayude la oración de Cristo. Pues si esta fue de provecho para los que tanto se ensañaban con Él, ¿cuánto más no lo será para los que se convierten a Él?”
Por su parte, León XIII (siglo XIX) fue defensor de los derechos de los trabajadores y se situó delante del cambio de época por la revolución industrial. Escribió la primera encíclica social de la Iglesia, la Rerum Novarum, con la que se comenzó a sistematizar la Doctrina Social de la Iglesia que se ha venido desarrollando hasta nuestros días.
El papa León XIII, vislumbrando la influencia del maligno en el mundo y en la Iglesia, compuso la oración a San Miguel Arcángel que nuestros fieles conocen muy bien y siguen rezando con mucha devoción. Constatando los ataques del espíritu del mal pedía al Señor protegiera a la Iglesia:
“Aleja de nosotros, oh padre amantísimo, este flagelo de errores y vicios… Asístenos propicio desde el cielo en esta lucha contra el poder de las tinieblas…; y como en otro tiempo libraste de la muerte la vida amenazada del niño Jesús, así ahora defiende a la santa Iglesia de Dios de las hostiles insidias y de toda adversidad”.
El mismo León XIV se refiere a este nombre que eligió: “El Papa León XIII, con la histórica Encíclica Rerum novarum, afrontó la cuestión social en el contexto de la primera gran revolución industrial y hoy la Iglesia ofrece a todos, su patrimonio de doctrina social para responder a otra revolución industrial y a los desarrollos de la inteligencia artificial, que comportan nuevos desafíos en la defensa de la dignidad humana, de la justicia y el trabajo”.
León XIV es estadounidense, matemático religioso agustino y doctor en derecho canónico. Fue misionero durante muchos años en el Perú, donde llegó a ser obispo de Chiclayo.
Su lema papal: Nos multi in illo uno unum (Aun siendo muchos, en el único Cristo, todos somos uno) refleja su espíritu de comunión y los vínculos que quiere estrechar entre todos los que formamos parte de la Iglesia de Jesucristo. Esta expresión, tomada del Sermón sobre el Salmo 127, 3 de San Agustín, es una síntesis de la visión de la Iglesia que tenía el santo obispo de Hipona.
En una de las entrevistas que concedió cuando fue nombrado cardenal, señaló: “San Agustín sostiene que no se puede decir que uno es seguidor de Cristo sin ser parte de la Iglesia. Cristo es parte de la Iglesia. Él es la cabeza. Así que las personas que piensan que pueden seguir a Cristo «a su manera» sin ser parte del cuerpo, están, desafortunadamente, viviendo una distorsión de lo que es realmente una experiencia auténtica”.
En su primer mensaje como Sumo Pontífice se apropió las palabras de San Agustín. La cita completa se refiere a las palabras que San Agustín dirige a sus fieles, en el aniversario de su ordenación episcopal (Sermón 340, 1; PL 38, 1483):
“Si me asusta lo que soy para vosotros, me consuela lo que soy con vosotros. Para vosotros soy Obispo, con vosotros soy cristiano. Aquel nombre expresa un deber, éste, una gracia; aquél indica un peligro, éste, la salvación”.
El asombro y la sorpresa que muchos han probado con las formas milenarias de la Iglesia al seguir atentamente este proceso de transición nos hace ver la poderosa sensación de trascendencia que transmiten los ritos y la liturgia de la Iglesia que nos van llevando a admirar el misterio y ser habitados por la presencia de Dios.
Esta experiencia inesperada y fascinante revela el anhelo de eternidad que hay en nuestro corazón y que muchas veces negamos por las ideologías o por el estilo de vida tan agitado que no nos permite detenernos ante las señales divinas.
León XIV señalaba al Colegio cardenalicio, el 9 de mayo pasado, que debemos educar y acompañar al pueblo de Dios para el encuentro con el Señor: “A nosotros nos toca ser dóciles oyentes de su voz y ministros fieles de sus designios de salvación, recordando que Dios ama comunicarse, más que en el fragor del trueno o del terremoto, en «el rumor de una brisa suave» (1Re 19, 12) o, como lo traducen algunos, en una ‘sutil voz de silencio’. Este es el encuentro importante, que no hay que perder, y hacia el cual hay que educar y acompañar a todo el santo Pueblo de Dios que nos ha sido confiado”.
Habrá que desaparecer y desgastarse para propiciar en el pueblo de Dios este encuentro, como señaló el papa en su primera homilía en la Capilla Sixtina delante de los cardenales: “Un compromiso irrenunciable para cualquiera que en la Iglesia ejercite un ministerio de autoridad, desaparecer para que permanezca Cristo, hacerse pequeño para que Él sea conocido y glorificado (cf. Jn 3, 30), gastándose hasta el final para que a nadie falte la oportunidad de conocerlo y amarlo”.
CD/YC
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