Ene 23, 2023 / 09:35

En Veracruz no hay políticos cínicos

Desde luego esto no pasa en Veracruz. Como cree usted eso. Eso sucede en otras entidades. No seas ingenuo, los políticos no son más que unos cínicos arribistas. “La dignidad importa, la integridad importa…” Son ecos de un discurso electoral, vibrantemente pronunciado por el senador Howard Dean (George Clooney), aspirante a la presidencia de EE.UU. (en la nueva película dirigida por George Clooney, Los idus de marzo) cuya verdad entrevemos a través del rostro impávido de su asesor electoral (Ryan Gosling), un tipo frío al que han borrado toda ilusión. Su recorrido por los desolados paisajes de la política profesional será también el nuestro, hasta acabar encontrándonos con un mundo sin alma construido desde el puro interés y las acciones calculadas. Bien podría decirse que la película no habla de otra cosa que del precio que se debe abonar para formar parte de la política, y su mensaje es explícito: si quieres jugar el juego, debes pagar con tu alma.

 De la justicia a la paranoia. Pero esa no ha sido la visión tradicional que el cine americano nos ha traído de su gobierno y de quienes lo integran. En la producción cinematográfica del Hollywood clásico, las visiones sobre el mundo de la política distaban mucho de ser tan apocalípticas. Incluso cuando reconocían las distorsiones que aparecían en los asuntos públicos, no dejaban de abrir puertas por las que entraban las soluciones. El ejemplo más evidente fue el Caballero sin espada de Frank Capra, donde la creencia en los fundamentos del sistema que sostenía un individuo justo y tenaz acababa con el juego sucio de fondo que imperaba en Washington. Y esa era también la perspectiva habitual. Los personajes típicos del cine estadunidense de los años 40 y 50, las familias del periodo acumulativo del fordismo que componían el sueño americano, requerían de dirigentes centrados, racionales y honestos. Y el cine solía dárselos. Para esta visión, quienes dirigen el juego político son una panda de hipócritas que venderían a cualquiera Los 70 fueron tiempos de cambio, y esa relación dialéctica entre el hombre común y la alta política cobró nuevas expresiones, encarnadas en distintas versiones de la paranoia social que había arraigado tras los asesinatos de los Kennedy y de Martin Luther King. Oscuros complots, tramas secretas e intereses ocultos se esconderían tras las decisiones de quienes dirigen el mundo, que raramente coinciden con quienes están al frente de los gobiernos, y que son implacables, no dudando en eliminar a cualquiera que se cruce en sus planes. El mejor resumen aparecía en el largometraje europeo I como Ícaro (Henri Verneuil, 1979): quien que se acercaba mucho a la verdad del poder, acababa abrasado. La tendencia, que había dado títulos europeos notables como Z (Costa-Gavras, 1969), tuvo su máxima expresión en EEUU, donde brotaron obras como El último testigo (Alan J. Pakula, 1974) o Los tres días del Cóndor (Sidney Pollack, 1975), que encontraron su prolongación en títulos como Network, un mundo implacable (Sidney Lumet, 1976) que nos hablaban de la relación directa entre estos poderes ocultos y los medios de comunicación. Los malos siguen al frente Nuestra época dista mucho de conservar en sus narraciones esa perspectiva, aun cuando no la haya borrado del todo. Hoy impera la mezcla, lo que supone que podemos encontrar casi de todo. Tenemos las visiones hagiográficas propias de las viejas producciones, que reaparecen hoy en glosas de dirigentes homosexuales (Harvey Milk), o del tercer mundo (Invictus); lecturas en clave de complot de la actualidad más reciente, pero trasladada al documental (desde las populares Fahrenheit 9/11 y Bowling for Columbine, de Michael Moore hasta Loose Change, de Dylan Avery, pasando por obras cercanas al ensayo, como El poder de las pesadillas, de Adam Curtis); y narraciones estándar enfocadas a asuntos políticos del pasado, caso del Maccarthysmo (Buenas noches y buena suerte).

Cual parecido con la realidad es pura coincidencia.

CD/YC

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