Dic 19, 2022 / 08:59

El poder y los lambiscones

La lambisconería en nuestro sistema, más que una práctica degradante, es una condición de poder, un cemento imprescindible sin el cual los regímenes perderían su fortaleza y clientela. En su forma más simple consiste en colmar de lisonjas al poderoso, o mostrarse de acuerdo con todo lo que diga o haga, aun cuando sean tonterías.

El político lambiscón es creyente, y por estas fechas acude a la iglesia a pedir ayuda a la divinidad a favor de su jefe o candidato, y siempre deja 2 o 3 velas prendidas, por si alguna se le apaga.

La adulación sirve para determinar, casi a primera vista, dónde reside el poder en tal o cual partido o sistema político, porque el foco principal de la adulación, como un reflector, se lanza siempre de lleno sobre la persona o grupo que puede repartir los bienes y los males.

Por esa razón, en México la lisonja se concreta en grado repugnante en torno a los muy pocos, que son quienes disponen de su arbitrio de los bienes, cargos y servicios que genera la sociedad. En un país donde todo hay que pedirlo al gobierno, por favor; la lambisconería no es un vicio del ciudadano, sino una condición para vivir.

La historia de los aduladores tiene raíces muy antiguas, pues los mismos subordinados de Moctezuma se cuidaban hasta de mirar al Tlatoani a los ojos, y los virreyes tuvieron siempre un numeroso ejército de lambiscones.

En México independiente, nadie fue tan lisonjeado como Antonio López de Santa Ana, quien siempre tenía un séquito de generales y coroneles sin más misión que la de darle fuego para prenderle sus cigarrillos, servirle copas, conseguirle mujeres y prestarle todo tipo de servicios personales.

Nadie ha calculado cuantos miles de millones cuestan los banquetes de la adulación que los lambiscones les pagan a sus padrinos, madrinas o protectores políticos, pero si la lambisconería sólo costara dinero, saldría barata.

De los Presidentes del México contemporáneo, han sido Carlos Salinas, Vicente Fox y Enrique Peña Nieto los que más han protegido a sus numerosos lambiscones. Sobretodo Peña Nieto, a quien le gustaba la adulación por su copete, su ropa, sus aviones, y sus discursos.

CD/YC

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