Mar 10, 2025 / 08:44

El impulso de la cuaresma en el combate espiritual

Sursum Corda

José Juan Sánchez Jácome

Presbítero

Los tiempos especiales siempre nos mantienen a la expectativa porque asoman la novedad y la sorpresa de la vida cristiana, porque encienden una vez más la esperanza de avanzar y de superar nuestro propio estancamiento. Estos tiempos nos hacen vislumbrar lo que tanto hemos deseado y lo que Dios puede hacer por nosotros.


A pesar de que podemos reaccionar con cierta rutina porque eventualmente llegan estos tiempos especiales, sin embargo, despiertan el ánimo y nos sacan de nuestra monotonía al dejarnos sentir su calor, su vitalidad y su promesa.


Así nos ha venido enganchando el año jubilar que puede provocar al principio el deseo únicamente de ganar indulgencias, pero que al irlo recorriendo percibimos que va más allá de las indulgencias. Sería muy pobre que este año fundacional se eclipsara solo por las indulgencias que, por supuesto tienen su momento, pero que, no agotan la riqueza de un año de esta naturaleza.


La cuaresma también viene a mostrarnos su riqueza y su promesa, potenciando el propósito de un año jubilar que nos lleva a las raíces y a empezar de nuevo para consolidar una verdadera conversión, reconociendo que se desparrama la gracia de Dios en estos tiempos especiales para lograr lo que con nuestras propias fuerzas humanas no hemos podido conseguir.


La novedad y el aire fresco de estos tiempos especiales los hemos vivido en nuestras familias y en nuestras comunidades cristianas ante el gozo que trae la transformación de una persona, el reconocimiento sincero de sus pecados, el regreso a casa, la reconciliación que busca y el compromiso para iniciar una nueva vida.


En medio del odio, la tristeza, la división y el alejamiento surge inesperadamente el gozo ante la conversión de una persona. Esta es la alegría y la esperanza que traen a nuestra vida la cuaresma y el año jubilar. Debemos aprovechar el camino que nos ofrecen estos tiempos especiales para canalizar el deseo de cambio y el ánimo que experimentan muchas personas para acercarse a Dios.


Insisto que sería muy pobre que reduzcamos el año jubilar a las indulgencias. Va más allá de las indulgencias pues, potenciado por este tiempo de cuaresma, viene a invitarnos a esta peregrinación espiritual para que regresemos a Dios, y de esta forma vivamos en paz y en comunión con los demás.


Al inicio de este tiempo penitencial se nos ofreció un signo visible y revelador de nuestra condición humana para lograr responder a este llamado. La ceniza no tiene un sentido supersticioso ni poderes mágicos; simplemente viene a confirmar al exterior lo que empezamos a vivir en el interior, es decir el dolor de los pecados, el reconocimiento sincero de nuestras faltas y la necesidad que sentimos de cambiar, en la medida que hacemos esta peregrinación y recorremos este camino penitencial.


Los que hemos iniciado de esta forma la cuaresma nos reconocemos culpables y nos acogemos a la misericordia de Dios. No nos podemos pasar toda la vida culpando a los demás y responsabilizándolos de nuestra tristeza, de nuestra depresión, de nuestros problemas y hasta de nuestras enfermedades.


Al dimensionar nuestra vida, y sin dejar de reconocer las injusticias que nos han provocado, reconocemos nuestros errores, nos declaramos culpables en la presencia de Dios y le tomamos la palabra al apóstol Pablo que nos pide encarecidamente reconciliarnos con Dios.


Por eso, la cuaresma no es un tiempo triste y sombrío que esté relacionado únicamente con limitaciones. La cuaresma puede ser dolorosa, pero no es triste, pues es el tiempo en que se hace patente el amor de Dios por los pecadores, el tiempo de la necesidad que se experimenta de ponerse en paz con Dios y con los hermanos.


Se abre paso, así, como un tiempo de alegría y de esperanza porque cada vez que alguien reconoce sus pecados y manifiesta su deseo de cambiar, siempre será una buena noticia para todos: para la familia, para la sociedad y para la Iglesia.


Cuánto gozo trae a nuestra vida el cambio de las personas, especialmente de aquellas más difíciles.

Decía el cardenal Newman que: “No somos simplemente criaturas imperfectas que deben ser mejoradas: somos rebeldes que debemos deponer las armas”. Hay mucho que mejorar, por supuesto, porque no hemos vivido todo el potencial de nuestras capacidades humanas. Pero también hay que rendirnos ante el amor de Dios deponiendo nuestras armas, las actitudes con las que hacemos mucho daño a los demás.


Sin embargo, la cuaresma también es un tiempo de disciplina. No bastan los buenos sentimientos, sino asumir el combate espiritual. Solos no podemos y necesitamos de la guía de la Iglesia, del auxilio de los sacramentos, de la luz de la palabra de Dios y de esta peregrinación donde nos sostiene la compañía de los demás y el ejemplo de los más fuertes.


Al avanzar en este proceso de conversión, vendrán las dificultades y se sentirá el cansancio, por lo que aparecerá la tentación de regresar a lo mismo. Por eso, necesitamos del acompañamiento de la Iglesia y de la oración de los hermanos.


No bastan la buena intención y los buenos sentimientos, sino que se necesita disciplina, ejercicio y compromiso para que se afiance este proceso de cambio y las cosas no se queden en buenos deseos. Se necesita perseverar y tener un tiempo de meditación, de oración, de disciplina, de mortificación, de verdadero ejercicio espiritual.


Quisiéramos resultados inmediatos y que Dios cambiara automáticamente tantos años de enfriamiento, alejamiento y dureza del corazón. Pero Dios es nuestro artesano y va con mucha paciencia, no sólo para remediar los problemas actuales, sino el mal de toda nuestra vida.


Por lo tanto, hace falta darle una dirección a nuestro proceso de conversión. No basta ser buenos ni cumplir los mandamientos, sino que se necesita un cambio de mentalidad y una renovación del corazón para cimentar nuestra vida en el evangelio de Jesucristo. Si abrigamos buenos sentimientos para ser mejores, lamentando el mal que hemos cometido, pero no va cambiando nuestra mentalidad, entonces nos exponemos a regresar a la vida de siempre.


Lo mismo pasa con el regalo que nos ofrece un año jubilar. Podemos aprovechar todo este año para recibir las indulgencias, pero si esta peregrinación no nos lleva a una conversión, a un cambio sincero de mentalidad, después de ganar las indulgencias seguiremos expuestos a ofender a Dios.


Hay que darle gracias a Dios por el tesoro de las indulgencias que nos pueden ayudar a saldar nuestro pasado, pero hay que comprometernos en una verdadera conversión para no volvernos a endrogar en el futuro y volver a las miserias de siempre.


Por eso la cuaresma empieza con mucha intensidad y realismo proponiéndonos una reflexión acerca de las tentaciones. Desde aquí debe comenzar la lucha espiritual, superando una visión piadosa del tema de las tentaciones para saber dónde realmente somos atacados, seducidos y esclavizados por el espíritu del mal.


De esta manera, el Espíritu Santo también nos empuja a nosotros al desierto para descubrir nuestras propias tentaciones y aprender a superarlas con la gracia de Dios. Tengan presente que el Espíritu Santo nos lleva al desierto y el espíritu no santo quiere apartarnos de él, así como le quiso facilitar las cosas a Jesús para que renunciara a su misión hartándose de pan, de mundo, de poder y de soberbia para manipular a Dios.


Las tentaciones de Nuestro Señor son también las tentaciones que padecemos sus seguidores. Pero su proporción es, por supuesto diferente. El demonio a nosotros no nos va a ofrecer todo el poder y todos los reinos del mundo. Conoce el mercado y, como buen vendedor, ofrece exactamente lo que calcula que el comprador tomará.


Al conocernos muy bien sabe que puede comprarnos por 30 monedas de plata, y quizá menos. Las facilidades que nos ofrece nos llevan a ser infieles a nuestras propias convicciones y a traicionar nuestra condición de hijos de Dios.


Sigamos caminando como peregrinos de la esperanza aprovechando el impulso que le da a nuestro combate espiritual, pues como dice San León Magno: “No hay actos de virtud sin la experiencia de las tentaciones, ni fe sin prueba, ni combate sin enemigo, ni victoria sin batalla”.

CD/YC

* Las opiniones y puntos de vista expresadas son responsabilidad exclusiva del autor y no necesariamente reflejan la línea editorial de Cambio Digital.

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