
Decir adiós al hermano es como decir: te dejamos ir hacia Dios
Sursum Corda
José Juan Sánchez Jácome
Tomamos conciencia de la necesidad de la fe delante de las dificultades y en los momentos críticos de la vida, como cuando enfrentamos la muerte de nuestros seres queridos. Definitivamente no podemos solos con ese dolor y al sentirnos humanamente rebasados, sin saber hacerlo como se debe simplemente abrimos el corazón, deponemos nuestras resistencias y clamamos al cielo para ser sostenidos en esos momentos de sufrimiento.
A pesar de la rebeldía y los cuestionamientos que podamos experimentar intentamos canalizar nuestro dolor por medio de la fe. De esta forma, llegamos a vivir desde la fe, como comunidad cristiana, las celebraciones y los ritos de exequias de nuestros fieles difuntos.
Para un sacerdote es muy difícil en esos momentos no conmoverse y pasar por alto el llanto y el dolor de las familias; se viven realmente escenas conmovedoras de mucho sufrimiento. Pero con todo y este ambiente de tristeza y de dolor debemos tener presente que la misa que se celebra es fundamentalmente por nuestros difuntos, no únicamente por los dolientes.
Llegamos a expresar respecto de la persona fallecida que “ya descansó”, aunque reconocemos que nosotros quedamos muy cansados, por lo que se vive al atender a los enfermos en sus crisis y agonía, así como también por lo que significa para nosotros despedirnos de nuestros seres queridos. El agotamiento físico y espiritual predominan en ese momento, pero a pesar de quedar extenuados tenemos que seguir sacando fuerzas desde lo más profundo porque apremia la oración por los difuntos.
Por eso, en las misas de cuerpo presente y en los novenarios no nos dirigimos solamente a los familiares para consolarlos y sostenerlos en la fe, sino que nos dirigimos a los deudos para pedirles que hagamos oración y seamos fuertes, reconociendo por supuesto, que quedamos muy débiles cuando llega la partida de nuestros seres queridos. Pero en todo caso, si se trata de consolarlos no es para ponerlos en el centro de una celebración como ésta, sino para pedirles que confíen en la fuerza de Dios para seguir encomendando a nuestros fieles difuntos.
Si se esforzaron e hicieron todo lo posible para acompañar a sus seres queridos en los últimos momentos y en la hora de la agonía, hay que mantener esa fuerza para encomendar el alma de nuestros seres queridos a la misericordia de Dios.
Por lo tanto, a pesar de la situación anímica que se experimenta debemos tener presente que los cuidados a nuestros difuntos hay que seguir garantizándolos, sobre todo ahora los cuidados espirituales que al mismo tiempo nos sostienen en esos momentos al permitir que el Señor se haga presente en nuestro duelo.
Nuestros difuntos se sintieron arropados y bendecidos con nuestro cariño, preocupación y atenciones en los últimos momentos, por lo que ahora no podemos frenar de golpe, por nuestro estado anímico, esos cuidados espirituales, sino que tenemos que mantenernos unidos haciendo oración por ellos y poniéndolos en las benditas manos de Dios.
Ciertamente ante la muerte de un ser querido, como hemos dicho, quedamos afectados y con un gran sufrimiento. En ese momento nosotros somos los que necesitamos quien nos abrace, nos consuele y comparta con nosotros este dolor. Pero no debemos olvidar que nuestros difuntos nos siguen necesitando. Es el momento para ser fuertes y hacer oración por ellos.
Nuestra oración tiene el propósito de suplicarle a Dios que los reciba en su reino, que los purifique, que perdone los pecados que hayan cometido y que cumpla en ellos el anhelo con el que murieron de alcanzar la patria eterna. Al mismo tiempo que pedimos que sean admitidos al reino de los cielos, le manifestamos al Señor nuestra gratitud por todo el cariño, las atenciones y las bendiciones que recibimos de estos familiares.
Le manifestamos al Señor nuestra gratitud al reconocer que ellos fueron una bendición para nosotros y por lo tanto le suplicamos que vea sus buenas obras, lo que construyeron en este mundo, la fe que profesaron y la misión que han concluido entre nosotros.
Además de pedir que sean admitidos al reino de los cielos y de manifestar nuestra gratitud por su vida terrena, también tenemos que dar un paso muy importante, dentro de nuestra vivencia espiritual en un duelo: poner en las benditas manos del Señor a nuestros fieles difuntos. Al llegar el momento de la partida, con todo el dolor que esto implica, ponerlos en las manos de Dios para reconocer, por el inmenso cariño que les tenemos, que en Dios alcanzarán todos los bienes prometidos.
Por eso, la celebración de la santa misa es fundamental para vivir este proceso y para encomendar el alma de nuestros fieles difuntos, porque como sostiene Andrea Zambrano: “Cuando estamos en misa debemos pensar que todos juntos, las almas purgantes y las almas peregrinantes, nos congregamos en torno al altar y tendemos las manos a esa fuente que es el corazón desgarrado de Cristo. He ahí la importancia de los muertos en la misa: el centro de su mundo sigue siendo el altar, porque es ahí donde las almas de los difuntos pueden entrar en este misterio”.
Así como en las exequias, en los novenarios y en los aniversarios de la muerte de nuestros seres queridos, también en estos días de Todos santos no dejamos de hacer oración por los difuntos y de ofrecer la santa misa por ellos, convencidos de que en la eucaristía estamos en comunión con ellos, estamos al alcance de ellos, pues la Iglesia peregrinante, la Iglesia purgante y la Iglesia triunfante celebran el mismo sacrificio de Jesucristo que se ofrece en la santa misa.
De esta forma, en la santa misa reconocemos que ninguna distancia nos impide seguir amándolos y seguir hablando con ellos, pues “No hay distancias entre nosotros. Aunque nos sintamos lejos, siempre estamos cercanos con nuestros difuntos. Ahora nos separa sólo la espesura de la eucaristía. Ellos están del otro lado del camino, del lado donde hay más luz. Mientras llega el momento de encontrarnos, nos vemos en la santa misa”.
Por la fe tenemos la capacidad de vivir la muerte de nuestros seres queridos con esperanza y con una nueva comprensión. La fe nos dará la confianza y la fortaleza para despedirnos de nuestros seres queridos: “El decir adiós al hermano es como decir te dejamos ir hacia Dios, ir a las manos de Dios” (Papa Francisco).
Con estas hermosas palabras del P. José Luis Martín Descalzo honramos a todos nuestros fieles difuntos que cerraron sus ojos con la esperanza de volver abrirlos para contemplar la gloria de Dios:
«Y entonces vio la luz. La luz que entraba
por todas las ventanas de su vida.
Vio que el dolor precipitó la huida
y entendió que la muerte ya no estaba.
Morir sólo es morir. Morir se acaba.
Morir es una hoguera fugitiva.
Es cruzar una puerta a la deriva
y encontrar lo que tanto se buscaba.
Acabar de llorar y hacer preguntas;
ver al Amor sin enigmas ni espejos;
descansar de vivir en la ternura;
tener la paz, la luz, la casa juntas
y hallar, dejando los dolores lejos,
la Noche-luz tras tanta noche oscura».
CD/VC
* Las opiniones y puntos de vista expresadas son responsabilidad exclusiva del autor y no necesariamente reflejan la línea editorial de Cambio Digital.
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