
Conozco los defectos de la Iglesia… pero es mi madre
Sursum Corda
José Juan Sánchez Jácome
Presbítero
Se nos ha formado una imagen íntima y sagrada de la última cena, por todas las cosas maravillosas que sucedieron y por lo que allí vivieron los apóstoles, lo cual marcó sus vidas y el nacimiento de la Iglesia.
Un poco antes que Jesús hablara de la traición de Judas, en el contexto de la última cena, aparecen unas palabras que nos pueden hacer dudar y llevar a tener algunas reservas sobre la visión de Jesús y sobre el cumplimiento de sus palabras. El Señor les alcanzó a decir con mucha seguridad: “Sé a quienes he elegido”.
Tendríamos reservas frente a estas palabras porque es como si le cuestionáramos a Jesús: ¿dónde queda la traición de Judas? ¿dónde queda la negación de Pedro? ¿dónde quedan las miserias de los apóstoles que van presentando los evangelios? ¿Por qué el Señor llega a decir: “Sé a quienes he escogido”, si son evidentes los errores de los apóstoles?
Antes y después de la última cena le fallaron al Señor, por lo que podríamos cuestionar las palabras del Señor. Pero lo que Jesús quiere asegurarnos es que a pesar de nosotros la Iglesia sigue, la Iglesia es santa. A pesar de nosotros, de nuestras tonterías, de nuestros pecados y escándalos la Iglesia es santa porque Él la fundó y está asistida de suyo, y desde el principio, por el Espíritu Santo.
Claro que nosotros la ennoblecemos y es fundamental nuestra santidad, testimonio y entrega, pero la credibilidad de la Iglesia se basa especialmente en la presencia del Señor que sigue obrando maravillas a pesar de nuestra debilidad.
Aunque todavía siga habiendo entre nosotros esos Judas que traicionan, esos Pedros que niegan y esos discípulos que cometen errores, la Iglesia es digna y santa porque está fundada en Jesús y si brilla y sigue siendo la respuesta para muchas personas es por la presencia de Cristo Jesús.
Por eso, cuando habla de la traición de Judas también dice: “Se los digo desde ahora para que cuando suceda crean que Yo soy”. Desde ahora se los digo, no sea que cuando vengan esas traiciones de los nuevos hijos de la Iglesia, cuando vengan esas negaciones de los cristianos, cuando vengan esas tonterías de los que ahora pertenecemos a la Iglesia, no sea que en ese momento se provoque el escándalo y queramos huir de la Iglesia. Se los digo desde ahora para que cuando pasen estas cosas, que no deseamos ni quisiéramos que pasaran, nos demos cuenta que se mantiene la santidad de la Iglesia por Jesucristo. Sé que son de barro, que pueden fallar, pero sé a quienes he escogido para que se vea que la fuerza de la Iglesia depende de la fidelidad de Dios que nunca la abandona.
La fidelidad de la Iglesia y su fecundidad se deben, por tanto, a Jesucristo. En estos tiempos Dios se la sigue jugando con nosotros cuando nos llama a formar parte de la Iglesia; aun con nuestras debilidades nos vuelve a decir: “Sé a quienes he elegido”. Porque, aunque tengamos errores y caídas, se verá en nosotros la presencia de Dios, ya que el Espíritu Santo sigue actuando, incluso a pesar de nosotros mismos.
Como decía Mons. González Martín: “Conozco los defectos de la Iglesia mejor que los que los critican, pero es mi madre”. Cuando la Iglesia no cumple nuestras expectativas y nos decepciona, nos falta decir: “es mi madre”. Y qué no hacemos por nuestra mamá, qué no hacemos cuando se trata de nuestra mamá, del honor de nuestra madre. Por ella somos capaces de todo porque la Iglesia es el fruto del amor de Cristo.
Decía de manera sorprendente el escritor noruego Jon Fosse, premio Nobel de literatura 2023, hablando de su conversión: “Probablemente la Iglesia católica se las habría arreglado mejor sin mí, pero no al revés”.
Sorprende la manera como el filósofo humanista Erasmo de Roterdam respondió a Lutero, quien le reprochaba su permanencia en la Iglesia católica a pesar de su corrupción: “Soporto a esta Iglesia con la esperanza de que sea mejor, pues ella también está obligada a soportarme en espera de que yo sea mejor”.
Cuando algo nos duela de la Iglesia y no funcione, no olviden las palabras de Jesús: “Yo sé a quienes he elegido”. En esas caídas se va ver la fuerza de Dios, no sólo la debilidad y las caídas nuestras, sino la fidelidad divina, la fuerza de Dios. Se verá así que la Iglesia es divina, no es un capricho de los hombres, porque el Señor la fundó y sigue actuando en medio de ella.
Jesús dijo esas palabras por los apóstoles y ahora las dice por nosotros. Sé a quienes he llamado al bautismo y la vida de la Iglesia; se refiere a nosotros que seguimos su camino, pero que también tenemos muchas caídas y hemos provocado sufrimiento a la Iglesia.
Dios nos permita reconocer y pedir perdón por el dolor que hemos provocado a la Iglesia con nuestro pecado. Y que nunca la dejemos de ver como nuestra madre, para que en medio de los errores digamos: sí, pero es mi madre y por ella me entrego porque me lleva a Cristo y porque me ha engendrado a la vida eterna.
Porque es nuestra Madre y porque la Iglesia ha traído la bendición a nuestra vida tenemos frente a Ella una responsabilidad filial, como reflexiona San Alberto Hurtado:
“Lo más grande que tiene el mundo es la Santa Iglesia, Católica, Apostólica, Romana, nuestra Madre, como nos gloriamos en llamarla. ¿Qué sería del mundo sin ella? Porque es nuestra Madre, tenemos también frente a ella una responsabilidad filial: ella está a cargo de sus hijos, confiada a su responsabilidad, dependiendo de sus cuidados… Ella será lo que queramos que sea. Planteémonos, pues, el problema de nuestra responsabilidad frente a la Iglesia”.
En este mismo sentido reflexionaba San Josemaría Escrivá de Balaguer: “Cuando el Señor permita que la flaqueza humana aparezca, nuestra reacción ha de ser la misma que si viéramos a nuestra madre enferma o tratada con desafecto: amarla más, darle más manifestaciones externas e interiores de cariño. Si amamos a la Iglesia no surgirá nunca en nosotros ese interés morboso de airear, como culpa de la Madre, las miserias de algunos de los hijos. La Iglesia, Esposa de Cristo, no tiene por qué entonar ningún mea culpa. Nosotros sí: ¡mea culpa, mea culpa, mea máxima culpa! Nuestra Madre es Santa, porque ha nacido pura y continuará sin mácula por la eternidad. Si en ocasiones no sabemos descubrir su rostro hermoso, limpiémonos nosotros los ojos”.
Agradecidos por la vida nueva y por los gérmenes de eternidad que recibimos en el bautismo, debemos seguir anunciando a Jesucristo y ofreciendo a los hombres su evangelio. La Iglesia primitiva, la cual no ofrecía una nueva psicología, ni un moralismo cómodo, ni una espiritualidad agradable, ofrecía la verdad del evangelio que tiene el poder de cambiar la vida.
Benedicto XVI señalaba lo esencial que debe cuidar la Iglesia: “La primera vocación tuvo lugar cuando la Iglesia estaba unida y rezaba. Cuando la Iglesia permanece unida y reza, no necesita preocuparse mucho por la propaganda, ya que puede estar segura de la respuesta del Señor”. Y en otra ocasión señalaba: “¡El corazón de la Iglesia no está donde se organiza y se reforma, sino donde se reza!”
Este aspecto esencial de la Iglesia lo explicaba con mucha emoción el papa Francisco: “Como cuando, en una familia, nace un niño: trastorna los horarios, hace perder el sueño, pero lleva una alegría que renueva la vida, la impulsa hacia adelante, dilatándola en el amor. De este modo, el Espíritu trae un ‘sabor de infancia’ a la Iglesia. Obra un continuo renacer. Reaviva el amor de los comienzos. El Espíritu recuerda a la Iglesia que, a pesar de sus siglos de historia, es siempre una veinteañera, la esposa joven de la que el Señor está apasionadamente enamorado. No nos cansemos por tanto de invitar al Espíritu a nuestros ambientes, de invocarlo antes de nuestras actividades: ‘Ven, Espíritu Santo’”.
Tenemos que volver a este sabor de infancia para que siempre resplandezca en la Iglesia la novedad y vitalidad que solo da el evangelio. Hay que considerar las palabras con sabor profético del cardenal Newman para mantenernos fieles al evangelio de Jesucristo: “La Iglesia que se casa con el espíritu de los tiempos se encontrará viuda en la próxima generación”.
CD/YC
* Las opiniones y puntos de vista expresadas son responsabilidad exclusiva del autor y no necesariamente reflejan la línea editorial de Cambio Digital.
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