Academia mexicana

México.- La academia mexicana arrastra un mal que la corroe desde dentro: la endogamia. Lo que alguna vez se pensó como autonomía para defender a las universidades del poder político derivó, en numerosos casos, en un sistema cerrado donde rectores, directores generales o presidentes y cuerpos colegiados se eligen, se suceden y se protegen entre sí. Un espacio crítico se volvió sumiso.
El rector o director rara vez llega con libertad. Desde el inicio se le impone no incomodar a los grupos que lo llevaron al cargo. Quien los desafía enfrenta aislamiento, desprestigio o destitución.
En varias universidades estatales, la endogamia devino cacicazgo. Familias dominan plazas y convierten la institución en botín político. Incluso las instituciones más prestigiadas no están exentas. La endogamia puede disfrazarse de formas refinadas, pero conserva la lógica de exclusión. Una élite académica se reproduce con privilegios, margina al disidente y premia al sumiso. Con el tiempo esa élite se convierte en casta. Muchos dejan de enseñar o investigar y viven de recursos públicos.
Existen espacios con prácticas abiertas, pero son excepciones. La endogamia sofoca la competencia e impide la innovación.
De ahí la desconexión con el país. Los concursos de plazas suelen diseñarse de forma restrictiva, lo que excluye a quienes no pertenecen a los grupos dominantes. Así, el talento nacional se desperdicia en lugar de aprovecharse. Los estudiantes reciben planes obsoletos y los críticos quedan aislados. La sociedad recibe diagnósticos que no cambian la realidad.
En el plano internacional, la academia mexicana casi no es tomada en serio. Fuera se la percibe como un aparato que produce papeles y estadísticas, sin debates de fondo ni aportaciones originales. Se habla de internacionalización, pero se repiten fórmulas que sostienen una ilusión de modernidad. México simula pertenecer al circuito académico. La simulación se ha vuelto su sello de exportación.
El mito de la autonomía funciona como escudo. Se habla de independencia frente al poder político, pero en la práctica se trata de autonomía de camarillas sin rendición de cuentas. Cuando hay fraudes o nepotismo, las soluciones son cosméticas.
El contraste internacional es claro. En Estados Unidos los presidentes se designan con externos; en el Reino Unido los vicechancellors se nombran con consejos mixtos. En México, aunque las juntas de gobierno incluyen externos, suelen ser aliados del rector. El círculo endogámico se recicla y los externos sólo aparentan pluralidad.
En el sexenio anterior se intentó limitar privilegios, pero la reacción de la élite académica fue tan virulenta que frenó cualquier posibilidad de cambio. En el actual, lejos de corregir ese rumbo, se optó por la conciliación: en lugar de transformar las estructuras de poder, se prefirió coexistir con ellas.
Los contrasentidos se multiplican. La autonomía, pensada como defensa frente al poder político, terminó convertida en escudo de camarillas. Las universidades, que deberían ser semilleros de conocimiento, funcionan como feudos endogámicos donde se heredan plazas y se premia la obediencia.
Otro contrasentido está en el crecimiento del Sistema Nacional de Investigadoras e Investigadores. México multiplicó doctores, artículos y miembros, pero el país siguió estancado: el PIB apenas creció, la innovación no despegó y la desigualdad persiste. Ese auge respondió a la lógica neoliberal impuesta por el Banco Mundial: acumular “capital humano” y cumplir indicadores externos. La evaluación se volvió simulación y la colonización académica se consolidó en la dependencia de métricas foráneas.
Cuando se revisa el panorama por áreas del conocimiento, la conclusión es clara. En ingenierías, ciencias exactas o médicas, los artículos no se traducen en innovación. La investigación se acumula en revistas sin generar patentes. Y en las ciencias sociales prevalece la dependencia intelectual: se repiten teorías importadas ajenas a la experiencia mexicana. Colonizadas por marcos extranjeros, estas disciplinas renunciaron a pensar por sí mismas.
Las élites académicas mexicanas han preferido apoyarse en el aval de centros de prestigio extranjeros, lo que refuerza la dependencia y reproduce un pensamiento funcional a intereses ajenos.
México tiene más académicos y publicaciones que nunca, pero no más desarrollo. La endogamia, junto con la colonización académica, son dos de los factores que impiden que el conocimiento se traduzca en progreso. En lugar de abrir espacios al talento, la innovación y la creatividad, las instituciones han optado por sofocar la competencia, premiar la obediencia y apoyarse en el colonialismo intelectual. El resultado es una academia que reproduce mediocridad.
Si el uso de los recursos públicos destinados a la academia se sometiera a un veredicto democrático, el fallo sería implacable: demasiado dinero gastado, demasiados privilegios acumulados y muy pocos resultados para la sociedad. La academia mexicana, atrapada entre endogamia y colonización, ha convertido la investigación en un costo social estéril. El conocimiento, sostenido con el esfuerzo colectivo de millones, no se traduce en innovación, ni en desarrollo ni en justicia.
Con información de: La Jornada
CD/AT
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