Libros, pandemia y democratización de la lectura
Adán Cabral Sanguino
En el marco del Día Mundial del Libro y del Derecho de Autor, establecido por la UNESCO el 23 de abril de 1995, cabe reflexionar sobre la relación de los lectores con los textos, por no decir libros, ya que la lectura es una práctica de amplias dimensiones, las cuales se diversificaron con la pandemia de COVID-19.
En ese sentido, coincido con Juan Domingo Argüelles (2014), quien, en su obra ¿Qué leen los que no leen?, analiza el fracaso de algunos mecanismos de fomento y promoción que han conseguido todo lo contrario: ahuyentar a los potenciales lectores. A ello se suma el ultraje de desdeñar y vilipendiar a los no lectores, con posturas abiertamente moralizantes y discriminatorias que hacen parecer la lectura como una actividad impuesta, reverencial o aristocrática.
Ya Daniel Pennac (2001), en Como una novela, estableció la potestad de no leer en «los derechos imprescriptibles del lector». Y es que no se puede obligar a nadie a realizar una praxis, en esencia, libre, singular y de disfrute.
Por otra parte, si bien, leer fue, junto a usar frecuentemente la Internet, ver la televisión y hablar por teléfono, una de las cuatro actividades que más ayudaron a la población de varios países a sobrellevar la etapa crítica de la pandemia por coronavirus, en México, conforme a varios especialistas, el incremento en las ventas de libros digitales, verbigracia, no asegura que en realidad se lean los ejemplares, pero reconocen que, en la mayoría de los casos, la lectura se ha convertido en una costumbre. Esto coincide con el informe 2021 del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI), a través del Módulo de Lectura (Molec), donde se aprecia que los mexicanos leemos, en promedio, 3.4 libros al año. Las mujeres leen 3.9 ejemplares anuales, mientras que la población de varones es de 3.5 ejemplares. Entre 2016 y 2021, el porcentaje de población lectora de libros electrónicos pasó de 6.8 a 21.5%; los de revistas aumentaron de 2.6 a 21.6 y los de periódicos digitales de 5.6 a 21.3. Asimismo, de los 38 millones de mexicanos alfabetas mayores de 18 años, menos de la mitad declaró que entre febrero de 2019 y febrero de 2020 leyó algún libro, sin embargo, durante el confinamiento se duplicó este hábito de la lectura, al grado de registrarse que el 71.6% de dicha población leyó, al menos, algún ejemplar.
No obstante, de acuerdo con el Instituto de Investigaciones Sociales de la UNAM, la emergencia sanitaria por COVID-19 repercutió en la enseñanza de niños y adolescentes, ya que la falta de clases presenciales mermó su comprensión en lectura y matemáticas principalmente. Aunque faltan pruebas internacionales para conocer cuáles han sido los aprendizajes no logrados, urge una prueba nacional para saber los alcances de la pandemia en los estudiantes y cómo les afectó en su enseñanza (Roberto Rodríguez Gómez, 2022).
Lo anteriormente expuesto, implica replantearnos la democratización del acceso al libro y el fomento de los hábitos de la lectura, considerando que éstos han cambiado, de manera significativa, desde inicios del siglo XXI. Hoy podemos leer en papel, en un navegador desde la computadora, en un e-reader, en un teléfono, en una tableta, etcétera, con posibilidades diferentes de acercarnos a la lectura. Al respecto, Paco Ignacio Taibo II, actual titular del Fondo de Cultura Económica, propuso, desde el inicio del actual sexenio, democratizar el espacio de la lectura; abrir renovados caminos; crear una nueva red de distribución editorial; consolidar proyectos que incorporen y consoliden lectores juveniles; llegar con libros muy baratos y disminuir los precios. Esto permitirá reforzar la lectura en niños y adolescentes; brindar mejor y mayor acceso a los libros y lanzar una campaña de promoción en medios de comunicación. Sin embargo, como consecuencia de la pandemia, aún no se aprecian los alcances de dicha política pública del libro y la lectura, aunque es viable el proyecto, toda vez que el Estado mexicano es el mayor productor de libros de nuestro país y también el principal comprador en un mercado frágil en el que la industria editorial cayó 80 por ciento por la pandemia.
Así, a 27 años de que la UNESCO proclamara el Día Mundial del Libro, en México quedan varios temas pendientes de resolver, tales como la disminución de visitantes a las bibliotecas públicas y su creativa reinvención para asegurar su continuidad en un panorama pospandemia; la transgresión a los derechos de autor en la que incurren muchos aficionados al libro digital que se rehúsan a pagar por su lectura convencidos de que el trabajo intelectual debe ser absolutamente gratuito, y la impostergable democratización de la lectura como proceso cultural, pues el confinamiento nos enseñó que leer es un hábito que no se crea ni se destruye, sólo se transforma.
CD/YC
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