En Veracruz, la percepción pública no suele regalar elogios. Para ganarse la confianza ciudadana se necesitan pasos firmes, decisiones visibles y una presencia constante que no se quede en discursos. Por eso, cuando Demoscopia Digital anunció que la gobernadora de Veracruz, Rocío Nahle García, alcanzó un 56.2 por ciento de aprobación, muchos veracruzanos no lo leyeron como un dato frío, sino como el reflejo de algo que ya comenzaba a sentirse en las calles.

La escena podría narrarse así: En Xalapa, mientras la llovizna acostumbra a colarse entre los árboles del parque Juárez, la gente comienza a hablar de su gobernadora con un tono distinto. No es un murmullo eufórico ni un aplauso desmedido; es, más bien, una confirmación tranquila de que algo está funcionando. El ciudadano de a pie, el comerciante, la maestra, el conductor del taxi, la madre de familia, reconoce que el gobierno atiende, que escucha, que responde.

La encuesta lo resume en números, pero detrás de ese 56.2 por ciento hay historias: La mujer que por primera vez siente que la oficina pública le abre la puerta sin rodeos; el joven que ve en la administración estatal una institución más ordenada; la comunidad que percibe presencia, que nota movimiento, que identifica un rumbo.

La narrativa de su gobierno se teje en acciones discretas pero constantes. No hay estridencia, sino un ritmo sostenido. Veracruz, un estado acostumbrado a lidiar con el peso de sus propios desafíos, observa y evalúa. Y en esa evaluación, Nahle obtiene un voto de confianza que pocos mandatarios alcanzan en tan poco tiempo.

En política, las cifras pueden ser temporales, pero la sensación de rumbo es más difícil de construir. Hoy, la gobernadora navega con el viento a favor. La aprobación ciudadana es la bitácora que lo confirma: Veracruz reconoce en ella a una líder que no solo administra, sino que guía.

CD/YC