
Herlinda: La maestra que venció al tiempo
Crónicas del Poder
José Luis Pérez Cruz
* Sólo quería escuchar el himno y ver izar la bandera a sus casi 100 años
En un país donde la memoria suele ser frágil y los héroes anónimos se desdibujan entre la prisa de los días, la historia de la maestra Herlinda Acosta Yépez se levanta como un faro que resiste al olvido.
A sus casi cien años de vida, doña Herlinda es más que una mujer longeva: es el símbolo vivo de lo que significa entregar la existencia entera a la formación de generaciones, con la paciencia de quien siembra semillas sin esperar cosecha inmediata.
La maestra solo quería escuchar el himno nacional y ver izar la bandera. Ese era su regalo, pese a las flores y otros obsequios que recibió.
Su festejo en la explanada de la Policía Municipal de Coatzacoalcos, donde fue invitada de honor en los honores al lábaro patrio, no fue un acto protocolario más.

Fue una metáfora en sí misma: la bandera, emblema de unidad nacional, ondeando frente a una mujer que dedicó su vida a enseñar las primeras letras, a corregir la ortografía del destino de cientos de niños y a forjar, con disciplina y ternura, ciudadanos que algún día habrían de sostener este país.
EL HOMBRE ORQUESTA
Momentos antes de la llegada de doña Herlinda, el contraalmirante Luis Enrique Barrios, director de la Policía Municipal, se había convertido en una especie de hombre orquesta.
Lo mismo daba instrucciones para abrir los baños que ordenaba a toda prisa la impresión de los reconocimientos olvidados por una comunicadora distraída.
Barrios, con la firmeza del marino y la urgencia del organizador, parecía multiplicarse para que ningún detalle empañara la ceremonia.
De hecho, su voz resonaba una y otra vez con el mismo mandato: “Izamiento de bandera”.
Como si en esa repetición buscara invocar la perfección del acto y garantizar que todo saliera sin contratiempos.
Aquella escena, casi teatral, mostró que incluso en los homenajes más solemnes la improvisación es parte del guion; sin embargo, la intención prevaleció: rendir tributo a quien lo merecía.
Doña Herlinda nació en 1925, cuando el México posrevolucionario aún estaba en la búsqueda de su identidad.
Desde entonces, su vida ha sido testimonio de un siglo convulso, pero también de una lección permanente: la educación es el verdadero cimiento de la nación.
Ella no sufrió el desgaste de los cargos públicos ni la ambición de la política, pero ejerció un poder mucho más profundo: el de moldear conciencias. Y ese poder, ejercido en silencio, es el que realmente cambia a los pueblos. Ahí estaban sus alumnos y maestros para constatar el hecho.
Lo notable no es solo su longevidad, sino la calidad con la que la ha transitado. Alegre, bromista, bailadora y lúcida, solo aquejada por la pérdida auditiva y la dificultad para caminar, sigue regalando vitalidad y esperanza a quienes la rodean.
La voz de sus hijos, nietos, bisnietos y tataranietos lo confirma: tenerla es una bendición que pocos alcanzan, decía una de ellas. Y la memoria de sus exalumnos, como Darío López Argüelles, quien conserva una fotografía de juventud con su maestra, da cuenta de que su paso por las aulas no fue efímero, sino determinante.
SU HISTORIA… ¡UN RECORDATORIO!
Más allá del reconocimiento público, la vida de la maestra Herlinda nos confronta con una pregunta: ¿a quién estamos reconociendo hoy como verdaderos pilares sociales?
En una época en que los reflectores se encienden sobre políticos de turno, influencers de moda o figuras fugaces del espectáculo, el ejemplo de doña Herlinda nos recuerda que los verdaderos constructores de la patria son aquellos que, como ella, dedican sus días a formar seres humanos mejores.
Su historia es un recordatorio necesario: un pueblo sin maestros es como un barco sin timón, condenado a la deriva. Y si hoy Coatzacoalcos puede presumir ciudadanos que luchan por ser ejemplo, es porque alguien, décadas atrás, les enseñó a leer, a escribir y, sobre todo, a respetar.
El homenaje que la Policía Municipal de Coatzacoalcos organizó no debe verse como un gesto aislado, sino como un acto de justicia simbólica: reconocer que los buenos ciudadanos existen, que aún hay quienes merecen el aplauso colectivo y que la gratitud social no debe reservarse solo a los héroes de uniforme, sino también a los héroes de pizarra y gis.
En tiempos donde la violencia y la desesperanza parecen devorar a Veracruz, la figura de Herlinda Acosta es como un árbol centenario que, pese a las tormentas, sigue en pie dando sombra, cobijo y frutos.
Su vida nos enseña que la educación es una semilla que no se agota, porque florece una y otra vez en cada generación.
A sus casi cien años, la maestra Herlinda no solo celebra la vida. Nos recuerda, con la fuerza silenciosa de su ejemplo, que la verdadera eternidad se alcanza no en los monumentos, sino en la huella que se deja en los corazones. Y en ese terreno, doña Herlinda ya venció al tiempo.
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Con información de: Diario del Istmo
CD/YC
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