*Beatriz en el aeropuerto de Minatitlán
*El encuentro de con Sabina sin guardaespaldas

En la política y en la vida pública, los rumores se propagan con la rapidez de una chispa en pastizal seco. Y en ocasiones, basta una fotografía o un comentario sin verificar para detonar narrativas que adquieren vida propia, amplificadas por medios internacionales y replicadas por la opinión pública.

El reciente episodio que involucra a Beatriz Gutiérrez Müller y a su hijo Jesús Ernesto, vistos en el aeropuerto de Minatitlán el pasado fin de semana, es un ejemplo claro de cómo la percepción puede imponerse momentáneamente a la realidad.

La crónica de la escritora y periodista Sabina Berman, publicada en El Universal ayer lunes, desmonta con hechos lo que varios medios españoles y algunos columnistas mexicanos difundieron sin sustento: que la familia del expresidente Andrés Manuel López Obrador planeaba mudarse a España, que Jesús Ernesto estudiaría Derecho en una universidad de ese país y que incluso ya se había adquirido una mansión en la exclusiva colonia La Moraleja, en Madrid. Nada de eso ocurrió.

En el encuentro relatado por Berman, - quien se encontraba en el sur, como parte de las conferencistas del Festival del Mar 2025- se aprecia la austeridad con la que madre e hijo transitaban: sin escoltas, sin séquito y con un café de aeropuerto como testigo. Fue ahí donde la periodista se permitió una broma:

—“Debías estar en tu nueva mansión de Madrid”, comentó.

La respuesta de Gutiérrez Müller fue inmediata, entre risas:

—“¿Mi ‘mansión’ de Tlalpan?”

Ese intercambio de ironía ilustra con precisión la distancia entre el rumor y la realidad.

¿JESÚS ERNESTO EN EUROPA?

Más adelante, la pregunta fue directa:

—“Ya en serio, ¿cuándo se mudan a Europa?”

La réplica de Jesús Ernesto fue tajante:

—“Todo es mentira”.

El joven explicó que estudia Relaciones Internacionales en una universidad de la Ciudad de México, con la aspiración de convertirse en diplomático. Su declaración desmonta la narrativa que algunos titulares construyeron a partir de una simple fotografía en una discoteca española.

Este episodio revela una paradoja de la era digital: mientras la información verdadera circula con discreción, las versiones ficticias encuentran terreno fértil en la inmediatez de las redes sociales y la necesidad de generar clics. Como metáfora, podría decirse que los rumores son como espejismos en el desierto: aparentan ser oasis, pero al acercarse solo revelan arena.

Más allá de la anécdota, Gutiérrez Müller también habló con Sabina de un tema de fondo: la cifra del INEGI que señala que 13.4 millones de mexicanos salieron de la pobreza durante el sexenio de López Obrador.

“Él está feliz. Feliz. Me dijo: ya puedo morirme tranquilo, lo logramos”, relató.

El contraste es evidente. Mientras en España se escribían columnas y caricaturas sobre una mudanza inexistente, Beatriz y su hijo caminaban ligeros por un aeropuerto veracruzano, viajando en clase turista y conversando como cualquier familia común. Esa imagen, capturada en la crónica de Sabina Berman, se convierte en un retrato del desfase entre la especulación mediática y la realidad tangible.

La lección es clara: la opinión pública no puede construirse sobre cimientos de humo.

Los rumores, si no se desmienten a tiempo, tienen el potencial de erosionar reputaciones y desviar la atención de los asuntos que sí merecen debate público.

En este caso, el contraste entre una “mansión madrileña” inexistente y un café de aeropuerto en Minatitlán es una metáfora de la fragilidad de la verdad en tiempos de inmediatez digital.

En conclusión, el episodio invita a la reflexión sobre el papel de los medios y las redes sociales en la construcción de realidades políticas. No se trata solo de confirmar si Beatriz Gutiérrez Müller vive en Tlalpan o en Madrid; se trata de reconocer que la veracidad es un bien público que merece defenderse con rigor. Porque en un país donde abundan los espejismos, la tarea del periodismo es ofrecer agua, no arena.

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CD/VC