Lealtad, una virtud clave

***Vargas comenta que la lealtad es una virtud clave, ser leal implica serlo a todo lo que se cree, se asume, se responsabiliza o se reconoce como obligación indeclinable. Ser leal es serlo con todo lo esencial de la vida personal. Algunas lealtades obedecen a obligaciones ineludibles, como las de ser padre de familia o ciudadano. Pero otras obedecen a compromisos que libremente se asumen, como son las de incorporarse a un partido político.
¿Y por qué se incorpora alguien a un partido político? Por distintas razones, unas obedecen a la toma de conciencia de que se debe “hacer algo” personalmente por el país, otras por buscar “algo qué hacer” para “ser alguien” socialmente, y al final la razón es verlo como una oportunidad de sacar el mayor provecho personal posible, que es el poder y sobre todo el beneficio material en diversas formas, en especial, claro, en dinero.
Y para subir en los niveles de una organización política el interesado debe dar las mejores muestras de lealtad ante quienes toman las decisiones clave y quienes les darán votos. La lealtad no es al partido, sino a los poderosos dentro del mismo. Y con esa lealtad, que puede ser tan falsa como la sumisión abyecta, la obediencia ciega, ser un “yes-man”, la connivencia, la complicidad y el desempeño de los trabajos sucios para lastimar o desbancar a los competidores del poder. Un falso leal al partido se convierte en parte de un grupo poderoso, en un cómplice implicado en actos que son a veces reprobables (no siempre, claro). Pero para el consumo popular, entre la militancia y la ciudadanía, debe hablar y dar la imagen de ser leal a los principios del partido y de las acciones que de ellos emanen para el bien común.
Una real lealtad al partido implica forzosamente la congruencia. Esa identidad entre lo que se dice creer y la conducta. Y un falso leal a los principios desarrolla en general la habilidad citada de dar una buena imagen de “buena persona”, confiable cuando no lo es.
Cuando un ególatra que ha ido recibiendo beneficios personales a costa de su actividad partidaria, y de su subordinación y complicidad con grupos de poder internos, de pronto ve que esa relación no da más, o quizás da menos de lo que su ambición requiere, estará dispuesto a venderse al mejor postor. Y en cuanto ve la oportunidad, cambiará de camiseta, traicionará al partido en el que militaba. No hará cambio de principios, pues los que decía tener no los tenía, ni tampoco tendrá que convertirse a los principios y acciones de su nueva organización. Simplemente puede reducirlo a dar esa apariencia o ser cómplice del nuevo poder al que se suma.
CD/YC
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