Los partidos políticos perdiendo ganan
Cuando un partido político participa en unas elecciones lo arriesga todo. Incluso hasta la posibilidad de desaparecer. Esta es la historia de cómo los partidos políticos pequeños pierden para ganar, mueren para sobrevivir, en medio de la crisis política.
A los que pierden nadie los visita. Nadie les aplaude. Nadie les toma fotografías. Los candidatos que han perdido las elecciones lo saben, tan bien lo saben, que nunca suelen esperar a nadie. La prensa, los amigos, los dejan en paz. En sus sedes de partido no hay fiesta, nada se ha preparado para la ocasión, ni tarimas ni luces ni música ni comida. La calma y el silencio es el contexto natural de aquellos que no logran sus objetivos electorales.
Y más cuando los partidos políticos que impulsan a los candidatos perdedores, están en riesgo de desaparecer del ecosistema político del país.
Perder es ganar. Nacer, morir es el ciclo natural de muchas organizaciones políticas. A veces lo hacen inmediatamente, en su primer proceso electoral. Sobrevivir como sea, a como dé lugar, es la premisa desde el principio para muchos candidatos. Una intención a la cual, junto a los partidos políticos, los postulantes a cargos públicos intentan aferrarse con fuerza. No se trata de crear cuadros, sino de posicionar personajes. Contar con capital humano. Tener a futuro algo que vender, exhibir en las vitrinas electorales. Los partidos políticos sólo son vistos como un requisito para participar dentro de los comicios. Poco importa el qué, el cómo, el contenido.
Para los politólogos, estas mutaciones o transformaciones también pueden explicar parte de los nacimientos y muertes de partidos políticos por medio de las refundaciones poco exitosas. De nuevo, el problema es la representatividad. Un partido pequeño puede ser producto de la falta de democracia desde el interior de un partido grande. Es decir, cuando los dirigentes de los partidos han fracasado para llegar a acuerdos o compromisos. Entonces se dispersan al punto de sacrificar un proyecto a costa de un capricho personal. Parte de la política es poder construir acuerdos, poder llevar compromisos y resolver diferencias.
Cuando un partido desaparece lo que queda es volver a organizarse. Resucitar. Pero para volver a la vida —con otra ficha, con otro nombre— los límites legales son pocos. El pasado desaparece. Es borrón y cuenta nueva. No importa si los mismos integrantes, los mismos afiliados, la misma junta directiva, crea un nuevo partido. Desaparecen pero, de fondo, no dejan de existir. Y los recién creados partidos vuelven a intentarlo, toman el riesgo de participar en unas elecciones. Nacer, morir, o quizás reinventarse. Las reglas son permisivas. Lo políticos asumen el riesgo de fracasar, o bien, posicionarse.
Para la agrupaciones políticas que se refundan, es más fácil cambiar de nombre y continuar dando batalla, que resolver conflictos internos dentro de su partido.
CD/MF
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