Ago 02, 2022 / 07:53

Evangelio del 02 de julio de 2022

¿Señor, a quién iremos?. Tú tienes palabras de vida eterna. Jn 6, 68

Martes, 2 De Agosto
Martes de la 18ª semana del Tiempo Ordinario
Calendario ordinario
San Pedro Fabro , San Pedro Julián Eymard

Evangelio según San Mateo 14,22-36.
Después que se sació la multitud, Jesús obligó a los discípulos que subieran a la barca y pasaran antes que él a la otra orilla, mientras él despedía a la multitud.
Después, subió a la montaña para orar a solas. Y al atardecer, todavía estaba allí, solo.
La barca ya estaba muy lejos de la costa, sacudida por las olas, porque tenían viento en contra.
A la madrugada, Jesús fue hacia ellos, caminando sobre el mar.
Los discípulos, al verlo caminar sobre el mar, se asustaron. "Es un fantasma", dijeron, y llenos de temor se pusieron a gritar.
Pero Jesús les dijo: "Tranquilícense, soy yo; no teman".
Entonces Pedro le respondió: "Señor, si eres tú, mándame ir a tu encuentro sobre el agua".
"Ven", le dijo Jesús. Y Pedro, bajando de la barca, comenzó a caminar sobre el agua en dirección a él.
Pero, al ver la violencia del viento, tuvo miedo, y como empezaba a hundirse, gritó: "Señor, sálvame".
En seguida, Jesús le tendió la mano y lo sostuvo, mientras le decía: "Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?".
En cuanto subieron a la barca, el viento se calmó.
Los que estaban en ella se postraron ante él, diciendo: "Verdaderamente, tú eres el Hijo de Dios".
Al llegar a la otra orilla, fueron a Genesaret.
Cuando la gente del lugar lo reconoció, difundió la noticia por los alrededores, y le llevaban a todos los enfermos,
rogándole que los dejara tocar tan sólo los flecos de su manto, y todos los que lo tocaron quedaron curados.

Extraído de la Biblia: Libro del Pueblo de Dios.

Santa Isabel de la Trinidad (1880-1906)
carmelita descalza
Últimos Ejercicios Espirituales, manuscrito B, día octavo - Agosto 1906 -

“Los que estaban en la barca se postraron ante Él”
“Y se postraban ante Él, y le adoraban y arrojaban sus coronas delante del trono diciendo: Digno eres, Señor, de recibir la gloria, el honor y el poder” (Ap. 4,10s). ¿Cómo imitar en el cielo de mi alma esta acción permanente que los Bienaventurados realizan en el cielo de la gloria? ¿Cómo realizar esa alabanza, esa contínua adoración?
San Pablo me descubre este misterio cuando escribe a sus discípulos de Efeso: “Que el Padre os conceda, por medio de su espíritu, ser fortalecidos poderosamente en el hombre interior, de suerte, que Jesucristo more por la fe en vuestros corazones, arraigados y fundados en la caridad”. (cf Ef. 3,16s).
Estar arraigado y fundado en el amor me parece que es la condición necesaria para cumplir dignamente el oficio de “Laudem gloriae” (Ef. 1,6.12.14). El alma que penetra y mora en estas profundidades de Dios… y todo lo realiza en Él, con Él y por Él y para Él… esa alma se arraiga más profundamente en Aquel que ama a través de sus movimientos, aspiraciones y actos por muy insignificantes que sean. Todo rinde en ella homenaje al Dios tres veces santo. El alma es, por así decirlo, un Sanctus eterno, una contínua Alabanza de gloria.
“Ellos se prosternan, le adoran y arrojan sus coronas ante el trono”… En primer lugar, el alma debe humillarse, sumergirse en el abismo de su nada, penetrando tan profundamente en él… que “halle la paz verdadera, inalterable y perfecta, que nada puede turbar, pues ha descendido tanto que nadie irá allí a buscarla”. Es entonces cuando el alma podrá adorar.

CD/GL

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